-Princesa, ruego que me disculpe al tener que traerme a mi sobrino. Sus padres me lo han confiado y no sabía que hacer con él. Si es alguna molestia…
-O no, por favor. ¿Como cree? Su sobrino estará bien en sus cuidados y yo confío en que lo que está haciendo es lo correcto.- interrumpí.
-Mil gracias, princesa.
-¿Podría dejar todo el mundo llamarme princesa?- murmuré entre dientes.
-¿Decía algo?- preguntó mirándome por el espejo retrovisor.
-No, nada.- susurré. Hubo unos minutos de silencio. Hasta que una voz lo rompió.
-¿Puedo preguntarle una cosa, princesa?- era el sobrino. Tenía un tono no muy grave, pero se notaba que era de hombre.
-Claro. Ya me la ha echo.- sonreí. Él rió por lo bajo para después volver a dirigirse a mí.
-Me preguntaba si usted tiene algo con el señor.- me miró como había echo antes su tío.
-¿Señor? ¿Qué señor?- pregunté confundida.
-¡Samuel! Deja de hacer preguntas comprometidas. Lo que sea de la vida personal de cada persona es suyo, no es de tu incumbencia.- reprendió el chofer.
-El señor Tobías.- Samuel sólo me miraba por el retrovisor haciendo caso omiso a las palabras de su tío. A mí me dió por reír.
-¿Yo? ¿Tener algo con él?- volví a reír.- Vale, Samuel, te voy a contar un secreto ¿ok? No puede salir de aquí.- el chico asintió.- Mira, hace tan sólo unos pocos días que me quedé embarazada, ¿vale? De un chico que hace tres años que no veía. Siempre él me ha querido, pero yo no me dí cuenta hasta ahora y también me he dado cuenta, que todo este tiempo, yo también lo que querido. Es una historia propia de un libro, lo sé, pero hay veces que la realidad es un drama, puede acabar bien o mal, eso depende de como decidas.- conté. Al principio no dijeron nada ninguno de los dos, asimilando lo que les decía. Después, hubo una escena bastante cómica, ya que los dos me miraron a la vez por el retrovisor, algo que me hizo reír mucho. Al fín, llegamos. No volvieron a dirigirme una sola palabra. Samuel fue quien me abrió la puerta. No era como me imaginaba, lo creía más pequeño. Su pelo era alborotado y castaño. Sus ojos eran pequeños y claros. Era un poco más alto que yo. Tendría mi edad o quizá más. Quien sabe, no me atreví a preguntarle. Él me miró la barriga por si había crecido.
-Sólo estoy de pocos días.- dije mirándo lo que él. Asintió lentamente sin apartar la vista. Me ayudó con las compras, a llevarlas a mi habitación, hasta el vestidor. Al entrar no se sorprendió como me pasó a mí.
-No es la primera vez que vienes, ¿me equivoco?- adiviné.
-No os equivocais. Llevó viniendo a esta casa tanto tiempo que me la conozco mejor que la mía misma.- dejó las bolsas en el suelo.- Cualquier cosa, ya sabe donde estoy.
-Gracias, Samuel. Lo tendré en cuenta.
-Una cosa más.- se giró cuando iba a traspasar el umbral de la puerta.- Es todo un honor servir a una princesa como usted.- sin darme tiempo a contestarle, se marchó. No entendía nada, pero aún así, me obligué a seguir colocando la compra y, de paso, también organice un poco la maleta que había traído. Viernes, el día siguiente sería viernes. Buen día para empezar un nuevo instituto. Cuando lo hube colocado todo, eran las nueve menos algunos minutos. Bajé por si tenía que ayudar en algo, ya que a mediodía no me había dado tiempo a ofrecerme. Me dirigí donde anteriormente me había indicado Tobías que era la cocina y entré, antes tocando a la puerta y que me dieran permiso para entrar.
-¿Puedo ayudar en algo?- pregunté tímida. Las cocineras y algunas criadas que estaban ahí me miraron sorprendidas. Una de ellas, la más mayor, se me acercó y puso una de sus delgadas manos sobre mi hombro derecho.
-Hija, para servir estamos nosotras. Nos pagan para eso.- explicó con tono maternal.
-No creo que les paguen menos porque le eche una mano de forma voluntaria.- la mujer sonrió.
-No lo entiendes, hija.- negó con la cabeza.- Ven, siéntate.- hice lo que me ordenaba. Ella seguía de pie.- Eres igual que tu madre la primera vez que vino aquí.- volvió a negar.- Siempre dispuestas a ayudar, sea quien sea.- suspiró.- ¿Nunca has tenido a alguien a tu servicio?
-No, no me gusta. Me gusta saber hacer yo las cosas, no que me las hagan, no aprendo, entonces.- expliqué.
-¿Te lo enseñó tu madre?- volvió a preguntar.
-Si, pero supongo que sin que me lo dijera ella ya lo sabría.
-Siempre con la misma iniciativa. Todas sois iguales.
-No soy igual a nadie, señora. Sólo me parezco a mi madre.- respondí con una sonrisa.
-En ese caso: siempre ha sido un placer estar al servicio de una princesa que nunca antes lo había sido.- hizo una reverencia pronunciada.- Déjenos a nosotras hacer nuestro trabajo y usted vaya a hacer el suyo.
-Está bien. Pero sólo por ésta vez. Mañana me pondré a ayudaros con algo, porque no puedo estar todo el día sin hacer nada.- condicioné. La mujer mayor accedió. Subí al salón, donde ya estaba preparada la mesa. Pasé por delante del estudio de Tobías justo en el momento en el que abría una de las puertas.
-Contigo quería yo hablar. Pasa.- se apartó un poco, lo suficiente para que pudiera pasar sin tocarlo. Cerró la puerta detrás de mí.- ¿Por qué co** le has dicho eso a Sebastián?- estaba enfadado. Mucho, además.
-¿Que Sebastián ni que cuatro leches? ¿Que mosca te picó ahora? O mosquito, depende de lo que haya en esta casa.- crucé los brazos sobre el pecho.
-No me calientes más, Sarah, no me calientes. Sebastián, el chofer.
-Samuel preguntó si teníamos algo y le contesté.
-Me has quitado autoridad
-¿De que hablas? Lo único que te he quitado ha sido una habitación de las que tenías libres.
-¡No! Sabes perfectamente de que te hablo. No debiste decir lo del embarazo y mucho menos que no es mío.
-Sabes, me importa una soberana mie***. Porque yo no soy de las que van mintiendo por ahí.
-Por Dios, Sarah. Estás embarazada de un vampiro.
-¿Y que si lo estoy?
-Que tendría que ser mío ese hijo, mío.- tenía la cara desfigurada.
-No todo puede ser tuyo, ¿sabes? Y no voy a abortar ni aunque me obliguen a hacerlo.- los dos gritabamos y nuestra respiración era agitada a causa del sofoco.- Pero recuerda una cosa y es que ese niño o niña, lo que sea, se va a criar a tu lado como mínimo dos años. Te pido por favor que hagas bien tus funciones, porque sino, con tu permiso o sin él, me largaré de esta casa y no volverás a verme el pelo en toda tu larga vida.- dicho esto me dí media vuelta y salí por donde había entrado, dejándolo con la palabra en la boca. Subí a mi habitación y me cerré la puerta con pestillo. Una vez dentro, apoyé la espalda y la cabeza en la puerta. Lentamente, me dirigí al tocador y me miré al espejo. Ví a una chica de piel blanca y un negro como el azabache pelo rizado. Sus ojos eran de un azul muy claro y su sonrisa era bonita. Hacía eso para subirme la autoestima, me miraba al espejo pensando que era otra persona y alagaba su aspecto físico. Extraño, pero efectivo. Siempre funcionaba.
-Lo que dice él no tiene importancia, lo que dice él no tiene importancia.- repetí una y otra vez. Me terminé convenciendo. Me levanté y fui al vestidor. Me probé uno a uno todo lo que había traído y lo que había comprado ese día. Con uno de los vestidos, probé a maquillarme como me había dicho la chica de la tienda. Saqué de un cajón la hoja donde había dibujado algunas opciones:
-Oh, buenos días princesa. El señor todavía no se ha levantado, así que podrá utilizar el baño para ducharse sin ningún problema.- informó.
-Gracias,…- diría el nombre, pero no lo sabía.
-Diaspro. Me llamo Diaspro, princesa.
-Gracias, Ariadna. Iré ahora mismo. ¿Es ducha o bañera?
-Hay de las dos cosas, la que usted prefiera. Si prefiere bañera, se la preparamos en un momento.- ofreció.
-No, prefiero la ducha. Pocas veces utilizaré la bañera.- mi voz todavía sonaba adormilada.
-En ese caso, enseguida le preparo las toallas. ¿Quiere que le lleve la ropa?
-No, gracias. Ya vendré y elegiré la ropa yo.- aceptó con un asentimiento de cabeza, hizo una reverencia corta y se fue. Arrastrándome por la cama, llegué al borde de ella y dejé caer las piernas, balanceandolas hacía delante y hacía atrás. Cuando creí que ya podría mantenerme en pie, me incorporé con cuidado y caminé descalza, ya segura. Fui al baño,
-Tobías, ¿te puedes largar? Invades mi intimidad.
-Lo sé. Ya me voy. Es que no me he acostumbrado a tu presencia.- se disculpó.
-Sal y después hablamos.- la puerta se cerró. No me importó mucho que me viera desnuda, total, no era la primera vez. Él a mí y yo a él. Me debía una. No pensaba hacer lo que él, pero ya idearía algo. Salí de la ducha, me enrollé una toalla en el cuerpo y otra en la cabeza. Me senté en la tumbona. Estuve a punto de volver a dormirme, si no fuera porque el sitio donde estaba no era precisamente el más cómodo. Me levanté de un salto y seguí mi rutina matinal. Una vez en el vestidor elegí el vestido que más destacaría mi nuevo estilo:
Y un maquillaje que pegara, al estilo Madonna:
El pelo me lo dejé suelto y bajé a desayunar, donde me esperaba Tobías. Se quedó de piedra al verme.
-¿De qué vas vestida?- preguntó con voz aguda.
-Voy vestida de mí misma, ¿de qué te creías que iba?
-Creía que te ibas a un festival o una fiesta de disfraces, algo así.
-Llegaremos tarde, date prisa- le insté.
-¿No desayuna, princesa?- intervino Diaspro.
-Un par de galletas y ya me compraré algo en el instituto.- respondí mirando con la barbilla levantada a Tobías.
-Vámonos.- contestó secamente. Cogí las galletas y repetí.
-Vámonos.- salimos de la casa. Sebastián me abrió la puerta trasera de la limusina y entré. De casa al instituto habían unos tres kilómetros, unos diez minutos. No hablamos, Tobías sólo me miraba como si fuera un bicho raro y yo apartaba la vista para mirar a través de la ventanilla. Guay. Seguía siendo el bicho raro, la inadaptada, lo que había sido desde primaria. La diferencia era que cuando empecé primaria tenía amigos y aquí no conocía a nadie, salvo a Tobías. Llegamos a un imponente edificio de aspecto anticuado. La limusina aparcó en el aparcamiento que había delante del instituto. Antes de que a Sebastián le diera tiempo a bajar, abrí la puerta y salí al exterior. Me quedé parada, con la puerta todavía abierta, admirando la fachada. Por mucho que le buscara algo que me intimidara, no encontré nada, sólo sentía admiración por aquella obra de arte para mí.
-Princesa.- oí a uno de mis lados. Que sorpresa la mía. Era Samuel. Y no estaba solo, le acompañaban dos chicas: una de pelo rojo sangre, piel como la nieve que se parecía a la dependienta que me atendió en la tienda gótica y ojos oscuros. Otra era de pelo largo y castaño claro, una piel tostada y unos ojos color avellana. Los tres tenían más o menos la misma altura. Se acercaron al vehículo. -¿Qué hace usted aquí?- preguntó Samuel. Las chicas me miraban entre una mezcla de asombro y de rareza.
-Estudio aquí.- respondí como algo obvio.
-¿Aquí?- volvió a preguntar.
-A este instituto venía yo antes, ¿no te parece que ella también tendría que venir aquí?- respondió Tobías por mí.
-Ya, pero esto es un instituto público. Una princesa no debería estar en un sitio como este.
-Te puedo asegurar que he estado en lugares peores.- respondí. Me pareció extraño que me reconociera con este cambio de estilo.-Déjalo, Samuel. ¿Estoy aquí? Pues ya está. No vale la pena discutir lo que es. ¿Es que acaso te molesta mucho que esté en el mismo instituto que tú?
-No, no, todo lo contrario.- se apresuró a decir.- No me molesta. ¿Quieres venir con nosotros?- miró a las otras dos chicas.- Si Melanie y Aminore están de acuerdo, claro.
-Sin ningún problema, Samuel.- respondió la del cabello rojo con una sonrisa. Todavía me miraban las dos con cierta desconfianza.
-Ni os molesteis. Ella se vendrá conmigo, ¿no es así?- me miró Tobías, pasandome un brazo por los hombros.
-No.- me desprendí de su brazo.- Prefiero ir con Samuel, Tobías. Nos vemos en clase, o sino, en el almuerzo.- aceptó a regañadientes. Se entró dentro del edificio, donde le daba la bienvenida todo el que pasaba a su lado. -Por lo que veo, Tobías es popular.- no le quitaba ojo de encima.
-¿En el otro instituto lo era también?- preguntó la de los ojos avellana.
-Desde el primer que entró. Y eso que fue el año pasado. ¿Tanto le han echado de menos? Si yo volviera a mi primer instituto, nadie se percataría ni de que he vuelto.- respondí con una mueca.
-Suele pasar. ¿Qué a cuantos institutos has ido?- preguntó la del pelo rojo.
-Éste es el tercero.
-Vaya ¿y en todos has sido lo mismo, es decir, una friki o una empollona?
-Siempre la friki-empollona. Se acostumbra una a ser como eres. Nadie debería cambiar algo de ti con la excusa de que vas a ser algo mejor. Eres perfecto o perfecta tal y como eres y ese que te ha dicho que cambies, no te acepta si no es con condiciones. Nunca he cambiado mi forma de ser, a pesar de que muchos se me han acercado diciendo que me querían, pero que para "adaptarme" tenía que cambiar. Esos sólo quieren aprovecharse de tus ganas de ser alguien en el instituto, cuando los que no son nadie son ellos.- expliqué muy tranquila, casi indiferente. Me miraban boquiabiertos.
-Entremos. Las clases estarán a punto de empezar.- reaccionó Samuel. -Las clases están puestas en la entrada, en el tablón.
-Cada año cambian los alumnos de las clases.- explicó la del los ojos avellana.
-¿Aquí?- pregunté señalando un tablón de corcho cubierto de papeles. Me acerqué a él y busqué mi nombre en la lista de cuarto curso. Me tocaba en la clase C. A mi lado, las dos chicas gritaron. Les tocaba en la misma clase con Samuel.
-Es el primer año que nos toca a los tres juntos.- exclamó la de pelo rojo. Tenía que saber cual era cual. Me estaba volviendo loca.
-Melania, tranquilízate, mujer.- dijo la que suponía que era Aminore, si la otra era Melanie.
-Vale, me tranquilizo.- dijo más relajada.
-¿Qué clase te ha tocado, Sarah?- preguntó Samuel.
-La C, ¿qué hay en esa clase?- quise saber.
-Eso -señaló un grupo de chicos con chaquetas típicas del fútbol americano. Uno de ellos me miraba como ¿interesado? Con ellos habían unas chicas que catalogué como animadoras. Ya lo averiguaría.- Y ellos.- se refirió a un grupo donde habían varios chicos y chicas con aparatos dentales y con gafas de culo de vaso. Tenían pinta de ser los típicos empollones del club de ajedrez.- No te preocupes por los energúmenos, entre ellos está Tobías, aunque él no va a tu clase, y mi hermana. Ella está en el último curso, aunque lo ha repetido.
-Procuraré llevarme bien con ellos.- dije. En cuanto lo dije se oyó desde dentro del edificio como una pelea. Todos volvieron la vista hacía el pasillo donde habían unos chicos de las chaquetas de fútbol americano dándole unas bofetadas a un chico de las gafas de culo de vaso y brakets. ¡Que feo que era el pobre! Rubio de ojos azules, me jugaba lo que quisieran a que si se arreglaba como un hombre, podría llegar a volver a todo el equipo de animación femino a sus pies. Sería feo con esas pintas, pero no tenían ningún derecho a darle. Cogí aire y me dirigí hacía donde estaban. Ya se había formado un corrillo en torno a ellos. El chico intentaba inútilmente defenderse y los demás animaban a uno de ellos para que siguiera pegándole. Antes de que arremetiera ese puñetazo, el chico tenía los ojos cerrados, esperando el golpe. Pero el golpe no llegó. No sé como, llegué hasta detrás de la enorme mole aquella y le cogí la muñeca con firmeza. -No le pegarás.- conseguí decir. Mi voz sonaba por todo el pasillo. La gente se había callado.- Como le des, vas a arrepentirte el resto de tu vida de eso me encargaré personalmente.
-¿Una gótica pretende amargarme la existencia?- se rió- ¿Cómo? ¿Echándome una maldición?- se volvió a reír, en compañía de todos sus amigos.
-¿Quién ha dicho nada de una maldición? Soy gótica, no bruja.- dije apretando más su muñeca. Los lobos tenemos más fuerza que los humanos, por lo que oí que algo crujía bajo mi mano. Soltó un grito de dolor, pero por mucho que intentó desprenderse de mi mano, no lo consiguió.
-¡Pedazo de zorra! ¿Qué co** estás haciendo? ¡Suéltame!- gritó. Obedecí y solté su muñeca. Se la había dejado hecha polvo, estaba totalmente rota y eso que no soy médico como para saberlo, se notaba a simple vista. El… prefiero no denominarlo con ningún nombre concreto, se quedó estupefacto al igual que el resto de los adolescentes reunidos en torno a nosotros.
-Me podrás llamar pu**, zorra, cotilla, metomentodo, fea, gorda, gili******, todo lo que quieras, pero yo sé lo que soy y no es nada de eso. Eso es lo que importa, no lo que tú pienses.- le aclaré.
-Juro que serás tú la que le sea imposible poner un pie en este instituto sin que seas rechazada.- prometió.
-Te voy a dar un consejo: no jures lo que no puedas cumplir. Y, tranquilo, estoy tan acostumbrada a los rechazos por parte de todo el mundo que me es indiferente. Y lo que te voy a decir no es una amenaza, es un aviso.- me acerqué a él con el propósito de intimidar, cosa que no podía mi baja estatura con respecto a eso que tenía enfrente.- Como volváis tú, tus amigos o cualquiera- levanté un poco la voz para que se me oyera bien claro.- a meterse con otro o a pegarlo, ese o esa tendrá que asumir las consecuencias. Si se cree tan guay como para pegar al otro, que sea guay también para aceptar lo que ha dado, porque lo va a recibir y yo puedo mantener esta promesa porque puedo cumplirla.- hablándole al chico con indiferencia.- ¿Como te ha sentado lo que te he hecho?
-Ahora mismo tengo ganas de matarte.- susurró entre dientes.
-No hagas lo que no quieres recibir.- susurré yo también, aunque se me oyó bastante bien.-No eres nadie si te comparo con ese chico.- hice un movimiento de cabeza que daba a entender a quien me refería: al que había pegado.
-Es él quien no es nadie.- respondió. -No desde mi punto de vista. Él tendrá un futuro y una familia digna, una mujer decente y unos hijos como él. Se debería sentir orgulloso por lo que es. Pero tú… tu mujer habrá pasado por todas las camas y tus hijos serán poco menos que tú. Serás un borracho que irá de putas todos los fines de semana. Tú deberías sentirte mal por lo que eres, pero si todos fuéramos iguales el mundo no tendría sentido. Tiene que haber variedad de colores como en un cuadro. Imagínate un cuadro pintado del mismo color todo, ¿tendría sentido? No, pues así es el mundo, como un cuadro. No cambieis nadie, pero si queréis descargar vuestra furia o frustración, compraos un saco de boxeo, no utiliceis a otras personas.- no me creía ni yo misma lo que estaba haciendo. Yo, dando un discursito, delante de todo el instituto, no lo había echo en la vida. Ahí, al darme cuenta es cuando me corté.- Ahora podéis hacer lo que os dé la santa gana, dependiendo de lo que hagáis habrán consecuencias buenas o malas.- dicho esto me abrí paso entre la multitud. Tocó la alarma de comienzo de las clases.












