Me desperté con las extraña sensación de que alguien me observaba. Mis sospechas se confirmaron cuando abrí los ojos y ví a Nataniel mirándome atentamente. Sonreí al ver su sonrisa.
-Buenos días, my princess.- dijo.
-Buenos días, mi principe.- contesté.
-¿Como amaneciste?- preguntó.
-Junto al hombre que amo, ¿no es eso bastante como para que me despierte de buen humor?- respondí.
-Supongo. Se encogió de hombros.- Tendremos que levantarnos dentro de poco, Tobías dijo que vendría pronto a recogerte.
-¿Tantas ganas tienes de que me vaya?- pregunté con fingido enfado.
-Sé que volverías a repetir lo de anoche, porque te gusto.- se burló.
-Mentiría si te dijera lo contrario.
-Es que me la como
-No soy ninguna gominola- me senté en la cama con la espalda apoyada en la pared
-Por eso te quiero
-¿Por qué no me puedes comer o por qué no soy una golosina?
-Por las dos cosas.- me quedé pensando en que me cambiaría de ciudad, de casa, de instituto, incluso a lo mejor de estilo. Me haria hippie, no heavy. Mejor gótica. Me plancharia el pelo y me lo tintaria de negro desde las puntas hasta el cuello y el resto del pelo de blanco, con unos pantalones negros y de cadenas plateadas y una camiseta sin mangas ceñida con un escote provocativo. Probablemente Tobías me mataría por presentarme asi el primer día de instituto, pero me daba igual. Nataniel me sacó de mis pensamientos.
-Sarah, Sarah.- su sonrisa había desaparecido al igual que su brillo en los ojos- ¿Qué te ha pasado?
-Nada, solo pensaba.- sonreí y el sonrió aunque no volvió a aparecer el brillo en los ojos.
-Mejor vamos a preparar las maletas.- nos vestimos y bajó una maleta de la parte superior del armario.
-¿Y si te hace falta a ti?
-Pues me compro una. Además así tendrás algo mío.- me miró por encima del hombro
-Ya tengo algo tuyo.- posé una mano sobre mi vientre y él miró el lugar que le señalaba. Volvió la vista a la maleta.- No necesito nada tuyo para acordarme de ti.- me dirigí al armario contiguo y empiece a meter ropa en la maleta. Extrañamente cogían todas las prendas. Coloqué la última y me dí la vuelta. Nataniel estaba muy cerca de mí a tan solo unos centimetros.
-Ya lo sé- me acerqué más, acortando las distancias hasta que las eliminó, fundiendonos en un beso tierno
-Je t'aime.- dijo al separarnos.
-I love you, too.- respondí. Volví a besarlo.
-Echaré de menos tus labios y tus besos.- comunicó triste, rozando con la yema de los dedos las comisuras.
-Yo también.
-Aparecerán otros.- bajó la vista con abatimiento.
-Pero recuerda que hay una cosa que nos une y nos unirá para siempre.- dije. Cogí una de sus manos y la coloqué en mi vientre, como había echo yo antes.
-¿Me lo prometes?- preguntó esperanzado.
-¿Amarte? Toda mi vida. Ni lo dudes.- respondí con seguridad y en tono suave pero decidido. Tocaron a la puerta de la habitación. Olvidé que estaba cerrada.
-Adelante.- invité a entrar. Era Natasha.
-Sarah.- me miró con preocupación.- Tobías ya está aquí.- dicho esto, se fue dejándonos solos otra vez.
-Ya te vas.
-Te dejo mi corazón, contigo está mi alma, te confió mi amor para que los cuides como si fueran tuyos.
-Tenlo por seguro, Sarah.- me cogió las dos manos y me dió un leve beso en los labios.
-Vamos, no tengo todo el día.- oímos gritar del salón. Nataniel se apresuró a coger la maleta sin soltar una de mis manos y salimos al pasillo, para llegar al comedor. Tobías estaba ahí plantado, mirándome con indiferencia. Nataniel lo miraba con odio.
-"Una vez que consigo él amor, vienes tú y me lo arrebatas."- conseguí oír cuando éste le pasaba la maleta a Tobías. Él sólo sonrió con malicia. Nataniel se volvió a mí y me dió el último beso, el beso de despedida. Yuna y Natasha corrieron a abrazarme. Las acogí en mis brazos, intentando no llorar, cosa que no consiguió Natasha. En mi vida no la había visto llorar. De mis ojos no salieron ni una sola lágrima
-Siempre te querré, amiga.- me abrazó con fuerza.
-No te olvides que yo también.- me separé y caminé hasta donde estaba Tobías. Antes de cerrar la puerta, me volví y me despedí con la mano. Nadie me devolvió el gesto. Nataniel miraba fijamente la puerta preguntándose el porque de muchas cosas y Natasha lloraba sobre el pecho de Yuna, mientras ésta la intentaba consolar. Esa escena se me quedó grabada con fuego en mi memoria. Desgarraba mi alma aquella imagen. Bajamos las escaleras que conducían al piso-apartamento y entramos a la limusina que nos esperaba:
Me abrió la puerta, como un caballero, para encontrarme con un interior que me dejó boquiabierta:
-¿Esto a que viene?- pregunté sentándome en una esquina, intimidada por todo aquello.
-Quiero recibirte como te mereces, princesa.- sonrió. Me extrañe por la palabra "princesa".
-¿Por qué me llamas princesa?
-Porque es lo que eres.- me miró confundido.
-No lo soy.- se sentó a mi lado y le miré como si fuera obvio lo que yo estaba diciendo.
-Tu padre era el rey de la Tribu, por lo que tú eres la princesa
-Si, si, lo que tú digas.- acabé la discursión. El resto del viaje fue silencioso. La limusina paró delante de unas rejas que llevaban a una gran mansión. Las rejas se abrieron y la limusina entró en el recinto. Nos daba la bienvenida una fuente enorme, dividida en varias alturas:
Emanaba un agua clara y pura. Alrededor era todo un verde jardín con algunas flores de colores que lo salpicaban el jardín y contrastaban entre ellas. Me quedé ahí plantada, con la boca abierta.
-Bienvenida atu nueva casa. ¿Ahora que prefieres? ¿Esa miniatura de piso o esta mansión con todas sus letras?- me pusó una mano sobre un hombro.
-1º: No la he visto, estoy viendo el jardín. 2º: No me gusta el nombre se la mansión.- negué con la cabeza.
-¿De que nombre estas hablando?
-¿Mansión con todas sus letras? ¿Que nombre es ese? Quien lo pusiera tenia poca imaginación o pocas ganas de ponerselo.- expliqué. Él rió.- No te rias, va enserio. ¿Quien le puso el nombre?
-Tu padre.- respondió cuando se hubo calmado un poco. Se secó una lágrima que estaba a punto de caerle.- Se llama de otra forma, no de esa.- se volvió a reír de mi ignoracia.
-Lo averiguaré.- me encogí de hombros.- No hace falta que me lo digas.- me dispuse a irme. Caminé por uno de los senderos que llevaban a la puerta principal. Comtemplé la obra de arquitectura que tenia ante mí:
En una palabra: in-cre-í-ble. Noté como Tobías me abrazaba por detrás de la cintura y me hablaba al oído.
-No me has contestado antes.- me susurró. Tartamudeé.
-Pre-prefiero el pi-piso de Na-Nataniel. Esto es muy grande, demasiado para mí. Me perderé ahí dentro.- rió.
-No. Estaré todo el día detrás de ti para que eso no ocurra.
-¿No irás al baño?- volvió a reír.
-Cuando vaya te enviaré alguien.
-¿Y cuando quiera estar sola?- me volví hacía él. Tobías me sonrió.
-Cuando quieras estar sola estarás en tu habitación y mandaré montar guardia en la puerta.
-Tienes una salida para todo, ¿eh?- lo miré interrogante.
-Si, para todo.- alimentó su ego.
-Ya verás como para todo no.- desafié.
-Mañana empezarás otra vez el instituto.- cambió de tema.
-Bien.- le quité de las manos la maleta.- ¿Donde es mi habitación?- mi tono sonaba decidido. Con una sonrisa, Tobías cogió de nuevo la maleta.
-Sígueme.- me agarró de la mano y tiró para que lo siguiera. Obedecí. Tobías sacó una llave y abrió gran puerta de entrada. Al entrar lo primero que habia era una enorme escalera que llevaba a la planta superior. Todo era grande. Subí los escalones de la mano de Tobías.
-Es un placer tenerla de vuelta, princesa.- me dijo un mayordomo delgado y bastante viejo cuando pasé por su lado. La verdad, me sonaba la cara de aquel hombre. Mi estancia sería larga así que tendría tiempo de sobra para saber muchas cosas de mi trato allí. Llegamos a una puerta totalmente blanca. Tobías la abrió y quedé cegada por lo que ví: toda la habitación era blanca, a la derecha una cama de 90 con dosel en la cabecera, pegado a la pared de enfrente de la cama, un tocador como este:
Un ventanal que iba desde el suelo hasta casi el techo habia en la pared de enfrente de la puerta.
-¿Te gusta?- preguntó.
-Para serte sincera, no hay armarios y no sé donde voy a poder guardar toda mi ropa.- respondí.
-Aquí.- me guió por dentro de la habitación hasta un rincón, abrió una puerta corredera, también blanca, que llevaba a un vestidor.- Siento que no se te haya podido incorporar un baño.- se disculpó.
-No pasa nada por eso. Si me tengo que cruzar al pasillo no creo que nada me coma, ¿o si?- enarqué una ceja.
-No, tranquila, que para mostruos ya estamos nosotros.- dijo sarcástico. Los dos soltamos una sonora carcajada.- Ya estará preparada la comida, ¿bajamos?
-Como no. Estoy deseando de probar la comida que preparaís aquí.- mentí. Me agarró la mano y bajamos al comedor.





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