La culpable, mejor dicho. Ni en un millón de años lo habría adivinado. Parecía imposible que justamente fuera ella, Diaspro. Sus labios se curvaron en una sonrisa.
-Gracias por traermela, Toby. La estabamos esperando.- dijo la anciana. Miré a mi acompañante, para encontrar una explicación. ¿Me habría besado solo para pedirme perdón? No, suena muy estúpido. Pero, ¿y si realmente estaba enamorado de mí? Solo me quedaba tener fe en él y esperar que dice. La verdad su expresión expresaba confusión, no sabía de que hablaba. Eso me dió confianza. El hombre avanzó unos pasos e instintivamente, Tobías se colocó delante de mí. Los ojos me empezaron a picar, después me escocieron para, finalmente, sentir que me abrasaban. Mi piel se tensó y se volvió mucho más clara de lo que ya era. Tanto que pude reflejarme en ella. Como temía, los ojos habían pasado del azabache al sangre. Dos gotas de sangre. Pasé la lengua por mis dientes y comprobé que había cambiado también mi dentadura, ya que mis colmillos habían crecido notablemente. Pero no llegamos a actuar, ya que por mi lado pasó silbando una flecha que dió directamente en el corazón del hombre. Y milésimas después caía junto a Diaspro, ya que a la vieja le había acertado en mitad de la frente. Se oyó un crujir de ramas, un grito y luego algo cayó entre los arbustos. Se oyeron otros crujidos por detrás de nosotros. Me giré rápidamente para encontrarme a unos metros a una chica, joven. Era alta, muy delgada, de unos catorce o quince años. Vestía unas botas altas hasta la rodilla de color verde hierba, al igual que sus mallas y su top. De su cabello rubio platino sobresalían las puntas de unas orejas puntiagudas. Sobre su hombro izquierdo descansaba el arma con la que había acabado con las vidas de la criada y el supuesto guardián.
-Galatea de Phay para servirla.- dijo poniendo un brazo por delante de su vientre y encorvando la espalda a modo de reverencia.- Asistí a la ceremonia en representación del Reino de Moslo, hasta que aparecieron aquellos hombres. Quise quedarme a combatir, pero mi prometido me obligó a irme.- dijo. Su semblante era demasiado serio para mi edad, aunque pensándolo bien, no sabía su edad. Su rostro no transmitía ninguna emoción, nada de lo que sentía se reflejaba en él. Tengo que confesar que me molestó bastante cuando ví que Tobías observaba demasiado fijamente a Galatea, solo faltaba que se le cayese la baba, pero a ella no pareció importarle.- Enfunde sus colmillos, princesa. A excepción de nosotros tres, puedo asegurarle de que no hay nadie más.- añadió. Al instante, su rostro se tensó, esbozando una mueca de preocupación.- Pensándolo mejor, llevesela, hermano. ¡Corra, corra! Están cerca.- nos gritó. Tobías cogió mi mano y salió de allí corriendo, seguido por mí. Lo único que logré vislumbrar por el rabillo del ojo fue a Galatea girar sobre sus talones y sacar la espada de su funda poniéndose en guardia. Después todo lo que nos rodeaba eran árboles.
-¿Por qué no nos convertimos?- le grité.
-Porque cuando alguien de sangre azul se transforma, deja tras de si un rastro el cual ellos pueden oler.- explicó en el mismo tono.- Además pondríamos en peligro la vida de tus hijos y no creo que quieras eso.
-Exactamente, ¿de que estamos huyendo?- volví a preguntar.
-Elfos. Pero no como Galatea, sino,… diferentes. Son elfos del fuego, los más peligrosos, pero no solo eso. Además estos cuentan con la inmortalidad. Es decir, son elfos del fuego zombies, algo así.- comentó. Seguimos corriendo, parecía que aquel bosque no terminaba.
-Tobías.- jadeé.- No puedo más.- paré en seco y me arrodillé en el suelo. Él se acercó a mí y puso sus manos en mis hombros.
-Sarah, eres fuerte. Yo sé que puedes.-me animó. Yo lo miré a sus hermosos ojos azules, destilaban fuerza y una intención de transmitirmela. Pero no fue suficiente. Estaba agotada y ya a lo lejos se podían oír los gruñidos de esas extrañas criaturas.
-Tobías, seguiría corriendo pero…esto es demasiado. No soy tan fuerte como crees, no soy tan fuerte como tú.- los gruñidos se iban intensificando.
-Sube a mi espalda.- lo miré confundida.- ¡Sube, vamos!- instó. Obedecí y retomamos la marcha. A los diez pasos se convirtió en lobo. Me incliné hacía delante hasta que en mi barbilla noté la punta de los pelos negros de su pelaje de entre una oreja y otra. Cerré los ojos, me agarré fuerte al cuello del lobo, procurando no ahogarle, y me dejé llevar. Soltó un aullido, tal vez de los más largos que había podido escuchar jamás. Y eso no era buena señal. Abrí los ojos asustada y pude comprobar que en la pata derecha delantera había una flecha prendida. Como acto reflejo, cogí el final de ella y tiré para quitarla. ¿Por qué lo hice? Ni idea, pero no le hizo bien a él. Aminoró el paso poco a poco hasta que solo cojeaba. Bajé de su lomo y automáticamente se desplomó. Me arrodillé junto a su cabeza.
-Sarah, vete- susurró.- Sálvate tú.
-No, Tobías, no te voy a dejar así.- le dije. Pero él ya había cerrado los ojos. Cogí su cabeza y la puse en mi regazo. Acaricié su hocico y por encima de la cabeza. "¿Y ahora? ¿Qué hago? No voy a dejarle, pero si me quedo moriré." pensé. Y comencé a imaginar a mis hijos correteando por la casa. Sus risas, sus gritos, sus caricias, su rostro, sus juegos, todo. Empecé a soñar despierta. Sonreí ante, posiblemente, me perdía si me quedaba. Entonces vislumbré un halo de luz que empezaba a crecer a unos dos metros alrededor de nosotros y me hizo volver a la realidad. Levanté la vista de Tobías y ví como poco a poco, una cúpula invisible nos envolvió. Un chillido agudo rompió el silencio que hasta ese momento reinaba. Los elfos ya habían llegado.
lunes, 12 de agosto de 2013
Galatea de Phay
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