Las criaturas corrieron hacia nosotros y se estampaban contra la burbuja. No medirian más de un metro. Tenían los ojos blancos y el aura que rodeaba todo su cuerpo era fuego, otorgándole a sus ropas y su piel este tono. Empezaron a morder allá donde creían que podían para romper nuestra pequeña fortaleza. De repente todo se oscurecio. El fuego de los elfos me permitía ver un poco más de bosque, hasta tres árboles más adelante, no mucho. Todo el paisaje se aclaró cuando empezó a nevar. Nevar. Un fenómeno increíblemente extraño para la estación en la que estabamos. Los elfos fueron congelandose todos poco a poco, hasta no quedar uno en pie. De la nada aparecieron dos niñas, una mayor que otra. La mayor era castaña de pelo ondulado y grandes ojos azules, mientras que la pequeña gozaba del mismo color de ojos, pero tenía el cabello rubio corto y liso. Ambas eran de facciones finas y delicadas como muñecas de porcelana. Se fueron acercando sin temor. Cuando llegaron hasta la burbuja, la pequeña la rozó con los dedos y esta se esfumó en el aire. Se aproximaron lentamente hasta llegar frente a mí. Cuando la nieve me envolvió no sentí frío pero un escalofrío me hizo tiritar. La menor se arrodilló tan cerca de Tobías que sus rodillas rozaba levemente sus patas. Puso una mano sobre el lomo del lobo. Ví como de su mano salían millones de halos luminosos y se metían dentro de él, recorriendo todo su cuerpo. La herida de su pata cicatrizó rápidamente. Una vez terminó con su tarea, noté que se levantaba y cuando quise dar las gracias, desaparecieron como habían venido. Una silueta oscura alteró de nuevo el paisaje. Era esbelta. En su hombro izquierdo descansaba un arco y podía distinguirse que en su espada colgaba un carcaj lleno de flechas. Su largo cabello al viento y sus andares decididos. No necesitaba más pistas para saber de quien se trataba. Su semblante, algo más serio que antes, fue iluminado parcialmente cuando un rayo de sol se filtró entre el follaje de los árboles. En sus ojos pude ver una mezcla de determinación, rabia y rencor contenido. Cuidadosamente dejé a Tobías sobre la nieve y me apresuré a levantarme. Pero Galatea pasó de largo y fue directa al lobo. Se acuclilló cerca de él y examinó detenidamente la cicatriz de la pata.
-Brujas.- murmuró.
-Perdona mi atrevimiento, pero ¿de que hablas?.- me atreví a preguntar.
-Perdone usted el mío, princesa.- respondió sin mirarme.- No estoy muy acostumbrada a relacionarme con la realeza. De hecho, esta es la primera vez. La cuestión es que Tobías ha sido embrujado. No para mal, sino para bien no me malentiendas. Le acaba de ser otorgado un mayor rango en el Reino. Es el mayor que pueden otorgar las brujas.- explicó.- No sé si me entenderá, princesa, pero el simple hecho de que ahora Tobías esté a vuestro servicio se ha tornado de un mayor valor. Ahora no la querrán únicamente a usted, sino que también lo querrán a él. Él ahora se ha vuelto más peligroso, lo notará en su conducta. Nunca volverá a ser el mismo.- añadió. Giré la cabeza y me quedé mirándolo. Seguía sin despertarse.- Puede ser que ahora sea más agresivo, más violento, más posesivo e incluso se atreverá a hacer cosas que con anterioridad no se atrevía. Tendrá que enseñarle el autocontrol. Les he estado siguiendo desde que entraron en el bosque y se le ve muy enamorado, princesa. No dejó de mirarla un segundo, ni pestañeó siquiera. Valore eso y no se aparte de su lado porque a la mínima podría liarse a golpes con cualquiera.
-Le estaré eternamente agradecida, Galatea. Puede contar conmigo para lo que sea, téngalo en cuenta.- ella sonrió.
-Lo que necesito ahora mismo es que alguien me saque del compromiso. Odio a mi prometido más que lo amo.- negó mientras reía.
-Pasese de vez en cuando por casa, sabe donde vivo, será muy bien recibida.- ofrecí.
-Lo tendré en cuenta.- entre nosotras se hizo un silencio nada incómodo.
-Hay una duda que me corroe, Galatea.- rompí el silencio.
-Dígame.- accedió.
-Su edad.- dije rápidamente.
-¿Mi edad? Si, muchos lo preguntan. Os parecerá mentira pero dentro de un mes cumplo los doscientos diez. Me conservo joven.- bromeó. Debió notar mi cara de asombro, aunque tampoco me preocupé de esconderlo, porque se puso a reír.
-Yo-yo, no le daba más de dieciséis.- estallé.
-Ya. Me ocurrió lo mismo con tu amigo. No le daba más de diecinueve y míralo, tiene trescientos y los que le quedan.- rió.
-Si, a los dos.- reí con ella. La nieve empezó a derretirse.
-Será mejor que regrese. ¿Quiere que la ayude?- calló un momento y olfateó el aire.- Huele a tormenta. Ya se nota el olor a tierra mojada por el sur. Avanza lentamente, pero aún así será mejor darse prisa.
-Me sería de gran ayuda su colaboración, pero no sé donde nos encontramos.- dije tímidamente.
-Al huir de los elfos habéis retrocedido en vez de adentraros más en el bosque, lo que os ha dado ventaja. Nos encontramos a apenas unos dos kilómetros de su casa. Dependiendo del ritmo al que vayamos podemos tardar de media a una hora.- calculó.- Contando con que tenemos que llevar a tu amigo.
-Pues, empecemos, ¿no?- asintió. Ayudé a Galatea a ponerse a Tobías a la espalda, ya que ella insistió en ello.
-Pesa un tanto tu amigo.- se quejó.
-Si, lo sé. Podríamos turnarnos...
-¡Ni hablar!- me interrumpío.- Tú estás embarazada y yo no.- sonreí de lado, ya que por fin había conseguido que me tuteara.
-Esta bien, no insistiré más.- desistí. Estuvimos andando por tres cuartos de hora. Hablamos, reímos y nos contamos parte de nuestra vida. A causa del peso de mi amigo, tuvimos que parar en varias ocasiones, pero no me importó demasiado. Me gustaba pasar tiempo con Galatea.
Cuando empezamos a ver la parte trasera de la casa, Tobías hizo comenzó a moverse. Galatea optó por dejarlo sobre la hojarasca que componía el terreno. Como me temía, antes de que despertara, se transformó. No es que no me gustara verlo en esas condiciones, tampoco era tan desagradable, pero no quería verlo desnudo. Galatea pareció darse cuenta y me sugedió con cierto tono burlesco
-Será mejor que vayas a por algo de ropa.- la miré, asentí y corrí lo más rápido que pude. A los dos minutos dí con la puerta por la que salimos. La abrí y entré. Seguí corriendo hasta las escaleras, que subí los escalones de dos en dos. Quería estar para cuando Tobías despertara. Pasé a su habitación hasta el vestidor, cogí unos vaqueros y unos calzoncillos. No importaba si no llevaba camiseta. Bajé por la baranda para ir más rápido. Y salí por donde había entrado. Tobías todavia no había despertado, pero no tardaría.
-¿Lo vestimos?- miré a Galatea y ella asintió.- Entonces te tocan los calzones.- dije lanzándole la prenda.
-Claro, como soy la mayor y la que más experiencia tiene, ¿no?- reprochó divertida.
-Obviamente.- respondí evitando reír. Ella puso los ojos en blanco y le puso, como pudo, la ropa íntima. Cuando me acuclillé para comenzar a poner los pantalones, él abrió los ojos como platos y se incorporó de la cintura para arriba, quedando sentado y confundido. Me miró como solo él sabía, con esa mirada penetrante que hacía que un escalofrío recorriera mi columna vertebral. Sonreí, pero él no me devolvió el gesto.
-¿Sarah?- preguntó con cautela.
-No, Peppa Pig, ¿quién si no?- respondí graciosa.
-No, ¿enserio? Tengo ante mis ojos a la heroína de todo el panorama infantil.- volvió a ser él.
-Bah, solo hago mi trabajo.- hice un movimiento con la mano para fingir modestia. Los tres nos echamos a reír.- Aunque lamento decirte que la heroína de todo el panorama infantil es Dora la Explotadora. Es ella.- señalé a Galatea.
-Si, solo me falta la mochila.- volvimos a reír. De improviso, Tobías se abalanzó sobre mí y me abrazó. Las carcajadas pararon en seco y lo único que hubo fue silencio.
-No sé como lograste, pero me alegro de que no te pasara nada.- susurró. Se me cortó la respiración y lo único que atiné ha hacer fue a devolverle el abrazo.
miércoles, 28 de agosto de 2013
Criaturas de sangre negra.
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