jueves, 4 de abril de 2013

Angelitos De La Guarda Con Quemaduras De Tercer Grado Y Un Partido Con Muchas Sorpresas

Todos salieron corriendo. Algunos gritaban y otros huían. Fuego. Ya se veía. Estaba dispuesta a salir corriendo. Aminore, Melanie y Samuel ya lo habían echo. Aminore tuvo un par de tropezones, pero Carlos la agarró con fuerza y la segunda vez la cogió por la cintura para evitar una tercera caída. Ninguno de los dos se percató de quien era el otro.
De repente, entre todo aquel jaleo, oí un grito, un grito que me hizo olvidar todo lo demás, que hizo que todos enmudecieran. Los adolescentes pasaban por mi lado en dirección a la puerta. El grito era demasiado infantil como para pertenecer a uno de mis compañeros. Era una niña. ¿Qué hacía una niña en el instituto? Ví al director desesperado, buscando algo. A su hija. Corrí hacía el lado opuesto al que tenía que ir. Seguía oyendo ese grito de desesperación. Subí al segundo piso, de donde provenían la llamas, y llegué a una de las aulas más grandes, la biblioteca. El suelo era de madera por lo que se quemaba cada vez con mayor rapidez. Las estanterías empezaban a flaquear. Entonces la conseguí ver. Una niña de unos ocho años, atrapada entre un círculo de llamas. Pero yo no podía casi entrar, aunque no me lo impidió. Pasé entre el fuego, sentí como éste me quemaba la piel y se desintegraba. Sabía que no llegaría a matarme, pero si a dañarme mucho. Noté como crujía el suelo bajo mis pies, en cualquier momento cedería. Llegué hasta la niña y alargué mi mano para que pudiera cogerla. Ella lo intentaba pero todavía estabamos muy lejos. Me sería imposible alcanzar su mano si no ponía algo más de mi parte. En ese momento me dió igual quemarme, morir o poner en peligro mi vida y la de mi hijo, en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuese en esa niña que me miraba suplicando que la salvara. No sentí dolor más profundo en mi vida cuando alcance las llamas que la rodeaban. La tomé en brazos y salí de la biblioteca justo a tiempo para que no cayeramos a la primera planta. Por desgracia el pasillo también estaba incendiado. La niña empezó a toser por el humo. La estreché más contra mi pecho y ella se abrazó a mí. Con dificultad y jadeante, cogí aire y bajé lo más rápido que pude las escaleras, que no fue mucho. Al fin conseguí salir del edificio. Estaban todos los alumnos, los profesores y los bomberos. Escalón a escalón, toqué el asfalto del aparcamiento. Todos me miraban. Aminore se acurrucaba en el pecho de Carlos y los dos miraban hacía la puerta principal. No divisé a Samuel ni a Tobías ni a Melanie. Entregué a la niña al servicio de bomberos y urgencias para que la revisaran. Me ofrecieron una revisión, viendo la gravedad de mis quemaduras, oferta que rechacé a pesar de la insistencia del joven bombero. Me acerqué a la camilla donde tenían la pequeña. Me acuclillé para quedarme a la altura de su cara. Ella me miró y sonrió agradecida.
-¿Eres mi ángel de la guarda? Mi mamá dice que todos tenemos uno.- preguntó con inocencia.
-Si tú lo crees.- sonreí.- ¿Por qué lo dices?
-Es que no entiendo como es que te estabas quemando mientras que tu cuerpo estaba muy frío.
-Yo tampoco. -sacudí la cabeza.- ¿Cómo te puedo llamar?- le pregunté con dulzura.
-Soy Ariadna. No me gusta eso de Ari y acortar el nombre.- su voz sonaba cada vez mejor, recuperándose.
-Cuando tenga una hija, la llamaré como tú.
-¿Enserio?- se entusiasmó todavía débil.
-Claro que si.- puse una mano el su pelo y lo acaricié. Sus ojos negros volvían a cobrar un brillo
-¿Has visto a mi papá? Se llama Christopher Golden.- se preocupó. Miré por encima de mi hombro. Si, lo veía. Y se dirigía corriendo hacía nosotras. Me levanté y me aparté de la camilla. Cuando el señor Golden llegó junto a ella, se arrodilló y lloró de alegría. Cogió la manita de su hija y la besó una y otra vez.
-Papá, me ha salvado mi ángel de la guarda.- dijo entusiasmada. El profesor de lengua me miró y sonrió.
-¿Has sido tú, Sarah?
-Mis quemaduras no reflejan lo contrario, señor.
-¿No va ha dejar que las examine un profesional?- se interesó sin entender. Me miré los brazos. Eran unas quemaduras bastante importantes, pero no les dí demasiadas vueltas al asunto.
-Me las apañaré sin la ayuda de un médico. Ahora preocupese de que su hija va a recuperarse sin ningún incidente.
-Gracias, gracias por todo. No sé que habría hecho sin mi preciosa Ariadna.- agradeció. No contesté. Sólo correspondí a su sonrisa y me marché. Busqué con la mirada la limusina. Cuando la encontré, entré en ella. Tobías ya estaba dentro. Se abalanzó sobre mí, abrazándome.
-¿Dónde estabas?- preguntó preocupado.
-Buscándote.- mentí.
-Y yo a ti. Empezaba a pensar que te habías quedado dentro. He entrado al instituto y oí que se caía el suelo de la biblioteca. Creía que te habías caído. Te buscaba y no te encontraba. He tenido mucho miedo. Miedo a perderte.- confesó. Volví a abrazarlo.- ¿Y esas quemaduras?
-Vámonos a casa, Tobías. Luego te explico.- pospuse. No contradijo. No hablamos en todo el trayecto. Él pasó un brazo por mis hombros y me apretó a su costado. Llegamos a la casa, ésta vez si que esperé a que Sebastián abriera la puerta trasera. Salí sin que Tobías me soltara y caminé a su lado. Parecíamos una pareja de enamorados, con su brazo pasado por mi cintura y yo apoyando mi cabeza en su pecho. Al entrar nos recibió Diaspro y en cuanto me vio soltó un grito ahogado, soltando la bandeja que llevaba en las manos.
-Princesa…- llegó a balbucear.
-El instituto se ha prendido. Me ha pillado dentro y me ha costado salir, eso es todo.- expliqué. Así se lo contaba a todos de una vez y no tener que estar repitiendo.- ¿Por casualidad no tendrá una pomada de baba de caracol y aloe vera?
-Si, ahora mismo se la traigo.
-Llévala a mi habitación, si es posible. Estaré allí descansando. Hoy ha sido un día raro.
-Claro, princesa.- hizo una pequeña reverencia y salió disparada hacía la cocina.
-Tienes enamorado a todo el personal de servicio.- dijo Tobías, colocándose delante de mí.
-¿Te incluyes o te excluyes?- crucé los brazos sobre el pecho.
-Me incluyo. Con la simple diferencia que yo no formo parte del personal de servicio.- sonrió.
-Me voy a mi habitación. Necesito despejar mi cabeza.
-Te acompaño.- fuimos a mi habitación, me despedí de él dándole un beso en la mejilla y cerré la puerta. Al cabo de unos minutos, llegó Diaspro con la pomada que le había pedido. Le agradecí todo lo que hacía por mí y volví a estar yo sola. Me senté enmedio de la cama con las piernas cruzadas. No duré mucho sin hacer nada, así que busqué la cajita que mi madre me dió cuando tenía unos diez años y Tobías había recuperado.

No la había abierto desde que me la dió, pero ese día sentí curiosidad por volver a ver su contenido. La abrí con delicadeza. Todo lo que había eran objetos personales de mi padre y de mi madre: un reloj suizo, unas miniaturas de algún monumento de algún país del mundo y dibujos. Alguna que otra foto de cuando era pequeña, mi madre dando su primer recital de ballet o su primera clase, a mi padre junto a un buen amigo, etcétera. Las miré una a una muy detenidamente. Sonreí al ver una foto en que salía con toda la nariz manchada de nata con dos años y se me escapó una lágrima al ver otra que reflejaba una familia feliz, al venirme todos esos recuerdos de golpe a mi cabeza. Debajo de todos aquellos recuerdos olvidados, encontré una foto que hizo que el corazón se me parara. Era en un parque. Mostraba en el centro en primer plano un niño y una niña. Mostraban una sonrisa enseñando los dientes, provocando que los ojos se achinaran. Yo era esa niña, pero ¿el niño? Parecía de mi edad en la foto, tres años, pero no era Nataniel, ni nadie que conociera. Ese niño se parecía horrores a mí, algo así como un hermano. Hayden. Si, se parecía a Hayden. El chico que se había burlado y después me quería pegar, pero que no sabía que era la que le había roto la muñeca a James. Creí que era impresión mía, así que bajé a preguntarle su opinión a Tobías. Mientras, mirándo la dichosa foto, yo bajaba, tocaron el timbre y fue el chico a abrir. Cuando por fin llegué abajo, no reparé en el invitado y fui directa a lo que me interesaba.
-Tobías, ¿te suena la cara de éste chico?- pregunté ignorante, señalándole a quien me refería.
-Podrías haberla dejado para los que participan en la apuesta.- dijo el individuo. Levanté la mirada de la fotografía para toparme con Carlos.
-Él y yo no tenemos nada.
-¿A no? Entonces como explicas que acabo de verte bajar por las escaleras.
-Vivo aquí.- respondí como algo obvio que era.
-¿Con Tobías?
-Si
-¿Y no te la has tirado?- se dirigió a Tobías.
-No se deja. Además sólo lleva dos días no llega viviendo aquí. ¿Qué hago? ¿En cuanto llegue, directos a la cama? Tú sabes que no soy así.
-La chica de intercambio que vino hace un par de años de Holanda, creo, me la tiré enseguida. A los dos o tres días.
-Si que intimidasteis pronto.- me mordí el labio inferior y miré hacía otro lugar al notar como Tobías volvía a cogerme por la cintura.
-Es Stanford, Hayden, el de ésta mañana. Tenía razón cuando decía que las mechas que tiene no son tintes.- me devolvió la foto.
-¿Él viene?- me interesé.
-Si, dentro de una media hora.- contestó Carlos.
-Cuando llegue, ¿podrías avisarme, Tobías?- miré al chico al que le hablaba.
-Enseguida. ¿Ya te has puesto la pomada que te dió Diaspro?
-No, ahora mismo me la pongo.- asintió, me dió un beso en la frente y me dejó ir. Pensé en lavarme el pelo, sólo el pelo, ya que lo tenía lleno de ceniza. El resto del cuerpo lo tenía tan lleno de quemaduras que me dolería al contacto con el agua. Después de lavarlo, lo enrollé en una toalla. Al poco lo solté y eché la mitad a un lado y la otra mitad al otro. Quedé contemplando mi cabello, en especial un mechón que caía por mi lado izquierdo. No era negro, si no, rubio. Nunca antes había reparado en él y eso que casi siempre llevaba el pelo suelto. Alguien tocó a la puerta y una cabeza asomó.
-Sarah, acaba de llegar Hayden.- informó Tobías.
-Gracias por avisar. Ahora bajo. En cuanto me ponga la pomada.
-Estaremos en el comedor.
-Vale.- agradecí. Tobías se marchó. Volví a quedar mirándo el mechón rubio escondido detrás del cuello. Fui a mi habitación y le aplique pomada a mis quemaduras. Mejor cambiarme de vestido también. Me puse este otro:


Seguidamente, bajé. Allí, en el salón-comedor, con la televisión enchufada, estaban Carlos, Hayden y, como no, Tobías. También estaba James. Venían a ver el partido. Entré en la estancia sin que ninguno se percatara de mi presencia. Me aclaré un poco la garganta y hablé:
-¿Quieren algo de tomar los señores?- puse las manos en mis caderas. Los cuatro me miraron. Tobías sonrió, Carlos puso los ojos en blanco y James y Hayden pusieron unas expresiones muy cómicas de sorpresa y terror que casi me hicieron reír, aunque supe guardar la compostura y mi semblante no mostró ni tan siquiera una leve sonrisa. El lobo con el cual vivía se levantó y me cedió un asiento entre él y Hayden. Preferí quedarme de pie, ya que no tardaría mucho en irme. El partido no tardaría en empezar.- ¿Queréis algo de beber?- repetí.
-Tomaremos cerveza.- contestó secamente Hayden.
-Sarah, siéntate, que para eso ya está Diaspro.- dijo Tobías.
-Me hace ilusión.- contesté sin ningún entusiasmo mientras me daba la vuelta y me iba hacía la cocina. No había nadie allí. De la nevera saqué 4 botes de la bebida alcohólica y los dejé sobre la mesa de espaldas, sin mirar. Al darme la vuelta estaba James delante de mí, a pocos centímetros. Mi espalda chocó contra la puerta de la nevera.
-No sé porque, pero no me sorprende en absoluto lo que acabas de hacer. Adivino a que te encanta hacerlo.
-Lo extraño es que sólo me pasa contigo. ¿Sabes que es lo más extraño?
-¿Que esté viviendo con Tobías en vez de contigo?
-Muy bien. Aprendes pronto. ¿Aprendes así de rápido para todo?- sedujo remarcando el "todo".
-Ya sé que todo esto es una apuesta, James
-¿Y? ¿Tiene que ser ese el motivo por el que quiera besarte? En parte si, no te lo niego.- cada vez se acercaba más, había menos distancia entre nosotros. Algo tenía que hacer, porque no iba a besarlo. No se me ocurrió nada mejor así que le puse él dedo índice en los labios y susurré:
-Lo siento, pero mis labios pertenecen a otra persona, que está claro que no eres tú.- dije duramente, deshaciendome del brazo que rodeaba mi cintura y cogí todas las latas como pude. Sin esperar a que le pidiera ayuda, James cogió dos de las latas. Su expresión era seria, como si estuviera pensando o reflexionando en lo que acababa de decirle. Volvimos al salón, donde ya había empezado el partido. Dejé las bebidas encima de la mesa para que cada uno cogiera la que quisiera, aunque todas eran iguales. Subí a mi habitación y agarré la foto donde salía Hayden. La miré bien. Si, sólo podía ser él. Nadie más podía tener esos mechones de pelo rubio natural sobre pelo negro azabache y esos ojos azules que compartíamos. Alguien tocó a la puerta. Sin levantar la vista de la foto, pregunté quien era. Por respuesta obtuve que se abriera la puerta y unos ojos azules y pelo oscuro mechones rubios asomaran.
-Tobías me dijo que querías hablar conmigo.- abrió la puerta lo suficiente como para que pudiera apoyarse en el marco de esta por el dorso. Levanté la mirada de la foto. Creo que la arrugué un poco por lo nerviosa que estaba.
-Sigue viendo el partido, ya hablaremos después.
-El partido no me interesa- se encogió de hombros.- Si que podemos hablar ahora.
-En ese caso, cierra la puerta y siéntate.- obedeció y se sentó enfrente de mí, con las piernas cruzadas sobre la cama.
-¿Quieres disculparte por lo de ésta mañana?- levantó una ceja.
-Realmente no.- cogí aire.- Eres lobo, ¿cierto?- Hayden abrió mucho los ojos.
-¿Quién te lo ha dicho?
-Toma, mira.- le entregué la fotografía. Le miré la expresión, tenía la boca abierta y los ojos muy abiertos. Miraba la foto sin entender nada.- Hayden, creo que somos hermanos.- se quedó mirándome como si no lo creyera. Cada vez le costaba más respirar.- Hayden, yo también soy un lobo. No sé que pasó con nosotros dos, nos separaron yo que sé, algo.- me empecé a desesperar.
-¿Y que hay de esto?- se señaló los mechones rubios. Descubrí mi cabello dejando ver mi mecha rubia.
-¡Yo también tengo una!- a eso no supo contraatacar.
-Entonces es cierto lo que predijo el oráculo.
-¿Crees en eso?
-Tú también deberías creer si eres lobo.
-No tengo porque.- no replicó. Nos quedamos en silencio. Mirándonos. No me incomodaba el silencio, nunca lo había hecho, ni aunque se respirara tensión.
-El oráculo predecía a alguien. Un nuevo líder. Y teniendo en cuenta que soy el pequeño, tú retomas el mando.- explicó.
-¿Cómo sabes que eres el pequeño?- pregunté confundida.
-Mis padres ya me dijeron que era adoptado.- su voz se rompió. Una lágrima asomó por el borde de su ojo.- Viví una mentira. Llamé papá y mamá a quienes no se merecían ni que les dirigiera una palabra. Tuve hermanos que defendí a pesar de las burlas y de las risas. Amé a mi familia por encima de todo, pero resulta que ellos no son mi familia.- explotó. Los ojos me empezaron a picar como si me pusiera a llorar en ese mismo momento.- Y sin saber que eras tú a quien realmente debería de amar. ¿Dónde están mis padres biológicos?
-Hayden- le cogí una mano.- Papá murió hace ocho años y mamá- no me veía capaz de decírselo, de decirle la realidad: éramos huérfanos. Surbí con la nariz.- Mamá murió hace una semana.- me mordí el labio inferior negándome que aquella maldita lágrima saliera.
-¿Qué?- su voz se volvió casi inaudible. No reprimió sus ganas de llorar.- Yo feliz y contento por ahí haciendo lo que me venía en gana y tú sufriendo el día a día sin un padre y una madre. ¿Qué te hacía seguir?- lo abracé y correspondió automáticamente a el.
-Sonreír. Imaginar que todo es una pesadilla de la que pronto despertarás. Nunca pensar que es la realidad.- susurré en su oído.- Y…- no estaba segura de contarle lo del embarazo, así que sólo conté otra parte.- La esperanza de volver a encontrar el amor, o por lo menos, a aquel con el cual lo dejé.- cerré los ojos, mientras que mi voz desaparecía, abandome y estallar en un llanto al recordar a mi padre, pero por él ya había llorado mucho. Todavía no había llorado por mi madre. Me estrechó más contra su pecho al sentir las lágrimas correr por su espalda, ya que yo no era de montar escándalosos sollozos, yo lloraba en silencio. Dejaba que las lágrimas salieran solas, mientras que mi hermano acariciaba mi pelo. Quedamos abrazados en silencio. Al separarnos, nos miramos a los ojos y me limpió las lágrimas con el pulgar. Me dedicó una triste sonrisa y le respondí con otra.
-Siento lo de ésta mañana, Hayden.- me disculpe.
-No fue culpa tuya. Yo me puse borde y tú respondiste.
-No voy a discutir eso.- corté. Realmente no quería discutir nada con él.
-¿Te gusta el fútbol?- preguntó curioso, seguramente para bajar y evitar sospechas.
-La verdad es que no mucho, pero papá me enseñó a entenderlo y apreciarlo. Pero para mí es un deporte más, prefiero el baloncesto o la natación.
-¿Natación? ¿En serio?- exclamó con los ojos muy abiertos.- Creí que a los lobos se nos daba mal el nadar.
-Pero no a los vampiros.- Hayden me miraba sin entender.- Mamá era vampiro y papá, hombre lobo. El lobo interviene en el vampiro y el vampiro en el lobo, creando así un ser perfecto.- aclaré.
-¿Soy vampiro a la vez que lobo? ¿Una especie de lobo-vampiro o algo así?
-Algo así.- puntue. Se volvió a hacer un silencio, que confieso que era algo incómodo.
-¿Quieres que bajemos ya o estar un rato sola?- rompió ese incómodo silencio.
-Bajo con vosotros.- nos levantamos de la cama y salimos de mi habitación. Mi hermano empezó a bromear sobre auténticas estupideces y no pude evitar reirme. Él parecía feliz, ya que sonreía y le brillaban los ojos como a un niño pequeño. En el comedor todos estaban en silencio, quitando algunos comentarios, reproches o maldiciones que murmuraban por lo bajo. Ni nos miramos cuando entramos y nos sentamos cada uno en una punta del sofá. El partido iba por la mitad de la primera parte todavia. Me senté junto a Tobías y creía que no se había percatado de mi presencia hasta que pasó un brazo por mis hombros. Lo ignoré. Se acercó a mi oído y me susurró.
-Éste fin de semana hay un evento importante al que debes asistir. Van a preparar tu coronación. Asistirán montones de personajes importantes de nuestra misma especie y de otras. Todos quieren conocer a la nueva reina.- un escalofrío recorrió mi espalda cuando pronunció la última palabra. Nunca en mi vida, ni aún siendo pequeña, había soñado con ser una princesa y menos una reina. Sabía que era muchas obligaciones a las cuales no me veía a la altura. Como la de dar órdenes o llevar el gobierno. Y ahora… me vida había dado un giro de 360°. Una de las pocas chicas de éste mundo que no se veía a si misma como un personaje real que pasara a alguna historia, lo sería muy pronto. Algo inaudito. Procesé con mucha lentitud esa información que acababa de recibir y me llevé un gran susto cuando los chicos gritaron y se levantaron de sus asientos para celebrar el primer gol del partido.

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