jueves, 4 de abril de 2013

Nadie dijo que el primer día fuera fácil


La primera clase que tocaba era la de tutoría. Nos presentaban a los nuevos de la clase, es decir yo, los profesores, se entregaban los horarios y se seguía con las clases normales. Era empezar de nuevo el curso. No tendría que estudiar mucho. Entré en el aula, hubiera sido como una más peto el espectáculo que había montado antes de que empezaran las clases, había echo que la inmensa mayoría me mirara entre agradecimiento, los que eran acosados aunque ninguno se acercó a presentarse, no les culpaba, y mal. Os podéis suponer los que me miraban mal, los que acosaban. Les había jodido la fiesta y realmente ni me importaba. Me senté en un lugar apartado, pero que pudiera ver todo lo que ocurría en el aula, sin llamar demasiado la atención del resto de mis compañeros, en resumen, el primer lugar que pillé, para que engañarse, ya iba por inercia a mantenerme apartada. Fue entrando el alumnado. El chico al que había defendido se puso a mi lado, algo tímido. Fue el único que se presentó.
-Hola, em- se aclaró la garganta y se estiró el cuello de la camisa. Estaba nervioso.- Gra-gracias. Nu-nunca nadie se- se ha molestado en eso ya sabes.- la palabras se le atropellaban en la boca, por eso tartamudeaba. Hablé con tono tranquilo, intentando trasmitirle esa tranquilidad.
-Hice lo que tenía que hacer, ni más ni menos. Te confieso que es la primera vez que lo hago.
-¿Por qué lo has hecho?- habló más sosegado.
-Porque a mí también me hubiera gustado que una voz se alzara sobre las demás cuando me estaban pegando una paliza. Nunca estuvo esa voz. Una vez que me defendieron, el chico acabó en urgencias e ingresado tres semanas.- ¡pobre Nataniel! Me dolía recordar el momento ese. Nataniel no hacía más que escupir sangre y por mucho que imploraba a sus agresores, no conseguí nada. Todo por simple diversión. Si querían pegarse, que se dieran entre ellos, no a mí, una débil e inofensiva Sarah. Nataniel acabó con varias costillas rotas y el orgullo por los suelos, al igual que la dignidad. Sacudí la cabeza para aullentar esos dolorosos recuerdos. Presentación, presentación no había sido, no me había dicho su nombre, pero había agradecido mi atrevimiento. Algo es algo. No volvió a decir nada. El chico que me miraba al entrar, seguía mirándome desde el final de la clase, notaba su mirada clavada en mi espalda. Cuando estuvimos todos sentados, entró el profesor que iba a ser nuestro tutor, saludó y pasó lista. Cada uno que nombraba tenía que levantar el brazo para los demás supiéramos quiénes éramos. Averigüe que el chico que tanto me miraba se llamaba Carlos y el chico al que defendí, Tomás. El tutor, el profesor de lengua, el señor Golden. La clase transcurrió monótona y sin problema, todo lo que explicaban me lo sabía de sobra, por lo que no presté una máxima atención. El profesor se dió cuenta y mientras explicaba se iba acercando a mi pupitre.
-Señorita Sarah, por lo que veo no le interesa a usted todo esto, ¿no es así?- se interrumpió cuando llegó a él.
-Perdón señor, es que yo ya me sé todo esto. En mi anterior instituto ya dimos este tema. Y los de toda la evaluación.- le dije convencida.
-Me parece un poco extraño que ya haya dado lo que yo estoy explicando.
-No se crea que a mí no. Me ocurre lo mismo. Es extraño que en dos lugares distintos le expliquen igual, lo mismo.
-¿Ya se ha examinado de éste tema?
-Si.
-Entonces, ¿no le importará que le ponga un examen ahora mismo.
-Para nada, si usted lo tiene preparado por mí no hay problema. ¿Alguna nota mínima que tenga que sacar?
-Un ocho y medio.
-Echo.- se escuchó como los de el fondo murmuraban. Tomás se ofreció a decirme la respuesta a alguna pregunta, ofrecimiento que rechacé. El señor Golden, por lo visto, preparaba los exámenes de primera evaluación de todos los cursos en verano. Me envió al fondo de la clase, junto a Carlos. Para que no molestaran, les encargó leerse unas páginas y unas actividades. La estancia se quedó en un completo silencio. Golden me entregó mi examen para que lo fuera rellenando. Me leí primero todas las preguntas y fui contestando. Notaba como Carlos me miraba de reojo. Antes de media hora, el examen estaba acabado y sobre la mesa del profesor. Ví como cada vez sus ojos se abrían más mientras lo corregía. Antes de que acabara la clase, me llamó a su mesa. Obediente, me levanté y fui a donde me había mandado. No me dijo nada, sólo me dió el examen corregido. Lo tenía todo bien, todas las respuestas bien redactadas.
-Éste trimestre sacará muy buenas notas si sigue así. Lamento decirle que tendrá que hacer los exámenes con los demás alumnos.- se disculpó.
-Entiendo que son las normas, señor Golden. No puede usted poner un examen a mis compañeros y a mí no, es comprensible. No tengo ningún tipo de problema en hacer esos exámenes en la fecha que usted marque.- dije.
-Me sorprende su actitud, Sarah.- no era bueno que me llamara por el nombre, eso implicaba exceso de confianza.- Ojalá todos tuvieran la misma iniciativa.
-Si todos tuvieran la misma iniciativa, señor, todos seríamos iguales, pero creo que eso ya lo sabrá usted. Si eso pasara, ahora mismo se estaría quejando porque no hay a quien reprochar su falta de interés, trabajo y atención en clase.
-Estoy totalmente de acuerdo con usted.- dijo. En ese instante, sonó de nuevo la alarma de final de las primeras clases. Salieron todos, me quedé la última, pero no me importó. Todos fueron a almorzar a la cafetería, todos menos yo. Empecé a sentir náuseas. Los embarazos de los lobos duran menos, son más rápidos. Las lobas comunes tenían 60 días de gestación, pero a las lobas como yo, eran menos tiempo, unos seis meses. Rezaba para que no se me hiciera mucha barriga. En vez de ir a la cafetería, fui a la enfermería. No fui directa, no sabía donde estaba, pero pregunté al señor Golden antes de salir de clase. Los pasillos estaban desiertos. Seguí las indicaciones del profesor y llegué delante de una puerta donde decía bien claro lo que era lo que había detrás de ella. Toqué la puerta dos veces y no entré hasta que me dieron permiso. Sólo había una enfermera joven y un chico sentado en la camilla, de espaldas a mí.
-Ven- me dijo la enfermera. Me dirigí hacía ella.- ¿Qué te ocurre?- estaba vendando la muñeca de al que se le había.
-Siento náuseas, ganas de vomitar.- expliqué
-Entiendo. Y contigo, James, ya he acabado, que te has librado de las primeras clases porque te dolía demasiado.- James se bajó de la camilla y pasó tan cerca de mí que pude notar su respiración en mi hombro
-Después quiero hablar contigo.- me susurró al oído. Procure que no se notara mi sorpresa, lo disimule bastante bien.
-Cuando y donde.- dije con voz firme.
-En cuanto salgas de aquí te estaré esperando fuera.- siguió susurrando a pesar que yo lo había dicho lo suficientemente alto como para que nos oyera la enfermera, que estaba muy ensimismada preparando la camilla, no nos prestó atención. Cuando miré a mi lado, James ya no estaba. Me senté en la camilla, ya preparada.
-¿Náuseas ha dicho? ¿Desde cuando?
-Desde… no sé. Me van y me vienen.
-Puede que mi pregunta le resulte un poco extraña o impertinente, ¿pero estás embarazada?
-¿Como lo ha sabido?- no traté ni de disimular mi sorpresa, mezclada con terror.
-¿Eso es un si?
-Si.- me desesperé. Se hizo silencio.- Por favor no lo comentes con nadie. No quiero que nadie se entere.
-Por mí no se enterará nadie.- prometió.
-¿Como sabías eso?- volví a preguntar.
-Me lo dijo mi hermano, Samuel. Creí que era mentira, quería comprobarlo. Veo que no se equivocaba.
-Ah, tú eres la hermana de Samuel. Dijo que estabas repitiendo último curso.
-Eso es lo que le dije, pero en realidad estoy aquí ejerciendo de esto, lo que me gusta. En cuanto a lo que te pasa, me gustaría que te hicieras la prueba.- me tendió un aparato de esos para el test de embarazo. Lo cogí.
-Vale, pero no sé como se utiliza esto.- confesé. Me lo explicó, pero no sabría deciroslo exactamente. Sólo sé que estaba azul y que si se ponía rosa, es que si estaba embarazada. Y se puso rosa.
-No te puedo dar nada contra las náuseas, a no ser de…
-No quiero abortar.
-Todavía estás a tiempo. Tres meses es bastante, pero puedes.- dijo. "¿Tres meses? Si que va rápido. A este paso lo tengo la semana que viene." pensé.
-No voy a abortar. Y te pido por favor que no le digas a nadie.
-Qué si. No te preocupes tanto.- repitió su juramento.- Ah, y por cierto, muy valiente tu comportamiento de ésta mañana. Nadie se ha atrevido nunca, yo tampoco.- alagó. Yo sólo alcancé a sonreirle antes de salir por la puerta y cerrarla por detrás de mí. Cuando volví la cabeza tenía a James a muy pocos centímetros de mí. Me dió un susto que dejé que viera.
-¿Te has sentido mejor cuando me has dejado en evidencia delante de todo el instituto?- susurró.
-Me hubiera gustado que no fueras tú al que le rompiera la muñeca.
-Entonces, ¿a quien? ¿A Tobías? ¿A Carlos?- me tenía presa entre la pared y su cuerpo.
-No es de aquí.- mi voz ya volvía a su tono de indiferencia. No sé si os lo imagináis, pero os lo digo de todas formas. Me hubiera gustado dejado sin muñeca a Jeremías. Es cierto que del amor al odio hay un paso.
-Creo que te perdonaré. No vale la pena estar en guerra con una chica tan buena. ¿Sabes que se hacen con chicas como tú? Uno se tiene que acostar con ellas, no pelearse.- dijo con tono seductor. Levanté un ceja.
-No me hagas romperte la otra muñeca.- dije muy tranquila. Me deslicé por la pared y me libré de él. Fui a mi taquilla, la 436, y cambié mis libros por los que tocaba a la siguiente hora. Cerré la taquilla y había alguien ahí, mirándome, con el torso del brazo derecho apoyado en la taquilla contigua a la mía.
-Dijeron que volvía Tobías, lo que no dijeron era que viniera tan bien acompañado.- dijo Carlos como coqueteando.
-Todos sois igual de superficiales.- eché a andar. Él me seguía.
-¿Y que te hace pensar eso?- interrogó.
-He estado en más institutos que tú y puedo asegurarte que es lo mismo en todos.
-¿Por eso defendiste a ese pringado ésta mañana?- se puso delante de mí, cortando el paso. Lo bordeé y seguí andando. Lo dejé atrás, pero decidí girarme y mirarlo a la cara, a pesar de que estaba a unos diez metros.
-No, lo hice porque me hubiera gustado que alguien interviniera cuando me pegaban a mí. Me tiraban los libros, escupian sobre ellos y me los destrozaban, pero ¿sabes que? Por muy buena que estuviera nadie ni nada les paraba los pies y alguna vez no sólo le tocaban a los libros. Esas veces estuve a punto de suicidarme, pero esa no es la mejor solución. Pero claro, tú eres el que pega y el que no tiene una cosa llamada empatía ¿sabes acaso lo que es? Supongo que no, pero tampoco me voy a parar a explicarlo a un animal.- dí media vuelta y seguí mi marcha. A ella se me unió Samuel, Melanie y Aminore.
-¿Qué tal las clases?- se interesó Melanie.
-No creo que nadie se atreva a meterse conmigo éste curso.- dije como si tal cosa.
-Ni contigo, ni con nadie. Te has ganado buena fama el primer día.- respondió la misma.
-Me importa lo que piensen de mí lo mismo que el interés que sienten por mí los idiotas de Carlos y James.
-No es interés, es apuesta. Todos los años, hacen apuestas para ver quien se tira antes a una nueva y después romperles el corazón.- contó Samuel.
-El problema es que has sido la única nueva éste año.- dijo Aminore.
-Así que prepárate, porque vas a tener a todo el equipo de fútbol detrás de ti hasta que alguno de ellos consiga acostarse contigo.- añadió Melanie.
-Yo lo tengo claro, no me voy a meter en la cama con ninguno de esos.- miré a Samuel e inconscientemente llevé una mano a mi vientre. Melanie pareció darse cuenta, pero si lo hizo, lo ignoró.
-Yo también lo tengo claro. Decía antes lo de porqué venías al instituto por eso. Me gustaría saber por quien hubieran hecho la apuesta.- dijo Samuel.
-Por las vírgenes.- intervino Aminore.
-Entonces sería por mí.- añadió Melanie. Eso era una indirecta muy directa.
-No es mi culpa, ¿vale?- respondió enfadada.
-La culpa la tienes ahora que te gusta.- contraatacó.
-Ya vale, por favor.- corté.- Ella no tiene la culpa de enamorarse y ella eligió con quien perdió la virginidad.- la miré esperando una explicación.
-Carlos.- susurró bajando la vista, avergonzada. Abrí en cuanto a penas los ojos.- El año pasado. Era nueva. Pensé una tontería y me dejé llevar.
-Tenemos que hablar. Yo también tengo cosas que contaros.- propuse.
-Tu vida entera, Sarah, nos tienes que contar tu vida entera.- corrigió Melanie.
-A mí también.- añadió Samuel.
-Cuando queráis.- dije. A lo lejos del pasillo ví a Tobías encabezando a su grupo. Pasaron por delante de unas animadoras y les echarban piropos. Se acercó a nosotros.
-Sarah, ¿te vienes?- me preguntó chulo Tobías.
-No.- respondí cortante.
-Vamos, nena, ¿qué pierdes?- volvió a preguntar.
-Mi dignidad.- contesté, levantando una ceja.
-No creo que pierdas tu dignidad por venir con nosotros.-
-Si es que tienes.- respondió otro. Todos rieron, incluyendo a Tobías. Ese otro tenía el pelo negro azabache tintado de rubio por la parte delantera, ojos azules y piel blanca. Me sonaba. Creo que venía a mi misma clase.
-Me dais más razones todavía. No soy el bufón de nadie y mucho menos de una panda de imbéciles.- dije. Ellos pararon de reír.
-Haber si me ha quedado claro: ¿nos estás llamando imbéciles?- preguntó el del pelo oscuro.
-Creí que eras corto, pero no que llegaras a ese extremo.- dije indiferente.
-Escucha, te voy a…
-Tío, déjala.- interrumpió Tobías.
-Se está metiendo con nosotros.- replicó.
-Hayden, esa es la que le rompió la muñeca ésta mañana a James.- intervino un tercero. Hayden me miró confundido y después con terror. Hice una mueca imitando a una sonrisa falsa.
-Si quieres que te rompa a ti también una muñeca sólo tienes que decírmelo, que yo lo hago encantada.- parecieron ofenderse, porque empezaron a desfilar por nuestro lado. Cuando tuve a Tobías pasandome por el lado derecho, lo cogí firmemente del brazo.
-¿Vas a participar en esa apuesta?- susurré acercandome. Él me miró con picardía.
-No creo.
-¿Y dejarás que lo hagan?
-En todo caso sería yo quien se acostara contigo.
-Sabes perfectamente que no. Disfruta de las dos veces que me has visto desnuda.- bajé todavía más la voz.
-La próxima será en una cama y yo también estaré desnudo.- también bajó el tono, aunque lo que decía no era precisamente eso.
-Inténtalo.
-Me gusta los retos.- se desprendió suavemente de mi mano y se fue.
-Nos vas a tener que explicar esto.- dijo Melanie.
-¿Como puedes siquiera hablarle?- preguntó Aminore.
-Vivo con él.
-¿Que, que?
-Ya sabemos quien gana.- insinuó Melanie.
-No tiene porque- contraatacó Samuel.
-Si te dijera la cantidad de chicas que no quieren vivir con él, las podría contar con los dedos y me sobrarían.-
-Porque para las chicas que quieren vivir con él necesitaríamos como unos dos años contarlas.- dijo Aminore.
-Pues a mí no. Me gustaría estar viviendo con Nataniel.
-¿Quién es Nataniel?- preguntó sin entender Melanie.
-Ya os dije que tenía muchas cosas que contaros.- en ese preciso instante sonó la alarma de incendios.

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