jueves, 11 de abril de 2013

Primer Paso

No presté mucha atención al partido por lo que me perdí enseguida. Antes de que empezara la segunda parte, me marché. Decidí explorar los lugares y las est que no había tenido ocasión de ver. Empecé por la planta en la que estaba, por el ala norte. La primera estancia con la que me encontré fue de medianas dimensiones, ni grande ni pequeña, que debía ser una sala de música, a pesar de que sólo contaba con un piano blanco con remates en oro. No había nada más, sólo aquel maravilloso piano enmedio, sobre el suelo de mármol a cuadros negros y blancos.

Sonreí. Recordé cuando yo tocaba el piano y cantaba para mi madre o cuando lo tocaba para que bailaran las otras bailarinas de la academia de mi madre. Amaba todo aquello: los bailes, las partituras, todo. Mi madre estaba enamorada de mi voz. Decía que era dulce como la miel, pero sin llegar a ser empalagosa y que mis dedos sobre el piano parecían ratones intentando escapar, aunque en realidad no iba tan rápido como ella decía. Prefería tocar lentamente, analizando cada nota para no desafinar, seguía siendo muy perfeccionista. Me acerqué al piano y pasé los dedos por encima del teclado, como si lo acariciara. Toqué una nota y después otra. Si tocaba un poco seguramente ni me oirían los invitados, algo que jugaba a mi favor. Me senté en la banqueta y comencé de nuevo la melodía, la canción favorita de mi madre. Sin apenas darme cuenta entoné la letra. De mi boca salían esas palabras que Adele quería decir con su Set Fire To The Rain. Cerré los ojos para concentrarme y sentir esa hermosa canción que tanto emocionaba a mi madre. Cada nota hacía un recuerdo, cada sílaba un nuevo sentimiento. Recuerdos olvidados, sentimientos enterrados en el fondo de el pozo del olvido. Un cúmulo de sensaciones desconocidas o tal vez escondidas invadian todo mi cuerpo, haciéndose con él, arrebatándomelo. Fue cuando supe que mi bebé seguía vivo. Sonreí para mis adentros. Me hubiera gustado que la canción durara eternamente, pero se acabó y si no llego a estar sentada, probablemente me habría desplomado. En la puerta, alguien aplaudió. Miré hacía esa dirección con curiosidad. Hice florecer una sonrisa en mi cara. Samuel me dedicó una de sus perfectas sonrisas, idéntica a las de Nataniel. Se acercó a donde yo estaba, midiendo cada paso, hasta quedar apoyado en el piano.
-Lo has hecho muy bien.- me felicitó.- Es la voz más bonita que he oído.
-¿Tú sabes tocar el piano?- levanté una ceja. Por respuesta obtuve que se sentara a mi lado y tocara algunas notas. Conocía esa canción, pero nunca la había cantado por falta de un chico, ya que era un dueto. Rihanna con Mikky Ekko, una composición llamada Stay. Ahora era el momento que había esperado y lo aproveché. Samuel cantó conmigo. Tenía una voz maravillosa. Trasmitía tanto con tan poco como era su voz. Parecía como si un ángel te susurrara alguna canción celestial al oído. Pero no era un ángel, no era un ser alado y mitológico, no, era un chico de carne y hueso, sentado a mi lado, tocando y cantando. Fue cuando supe que había una conexión o un lazo que nos unía, no hablo de forma amorosa, sino como algo que va más allá. Algo que ni siquiera la ciencia puede explicar. Samuel y yo nacimos para estar juntos, pero no de esa forma. Un presentimiento de amistad cruzó mi corazón, una señal de que era el momento que había estado esperado lo que llevo viva, el momento que mi madre había escogido en crear una academia de baile o mi padre pedirle matrimonio a mi madre a pesar de las diferencias y a lo que tendría que renunciar. Era el momento de crear música.
-Tu voz es impresionante.- alagó.
-No más que la tuya.- se encogió de hombros.
-No es que haya mostrado mi voz a muchas personas.- nos callamos.
-¿Crees que podríamos…?- insinué.
-Estaría bien. Yo también lo estaba pensando.- parecía telepatía. O simplemente que habíamos pensado lo mismo. Mi sonrisa se ensanchó, si es que se podía. Ahora sólo faltaba una habitación totalmente vacía, que las paredes fueran espejos y con barras. Es decir, una habitación para practicar tanto baile clásico, como era el ballet, como baile moderno. Cuando mi madre tenía la academia pasaba horas bailando sobre las puntas, pero conforme pasaron los años, empecé con las mallas y las camisetas escotadas. Alternaba las dos clases de baile. Pero lo que mejor hacía según las alumnas de baile clásico de mi madre, era tocar el piano para que ellas bailasen. Les tocaba el Lago De Los Cisnes, El Cascanueces y muchas otras que les gustaban. -¿Desde cuando tocas?- preguntó.
-Desde hace mucho. Empecé con tan sólo unos cinco años.- contesté.- ¿Y tú?
-Unos dos años.- se encogió de hombros.
-Pues para tan poco tiempo, tocas muy bien.- alagué. Él se rió.
-Gracias, supongo. También toco la batería y la guitarra.
-Aquí sólo hay piano, además de que es lo único que sé tocar.
-También sabes cantar.
-No soy la única.- añadí refiriendome a él.- Y bailar tampoco se me da muy mal.
-Cantas, bailas y encima tocas el piano.
-Encima no, debajo.- hice la gracia a la que él rió.- No toco tantos instrumentos como tú, pero me valgo con este.
-La voz puede ser mejor que cualquiera de ellos.
-Tú no es que te quedas atrás con ese tema.- nos quedamos en silencio hasta que alguien vino: Tobías.
-¿Interrumpo algo?- preguntó.
-No, nada. Mejor os dejo solos. Princesa, a sido un placer compartir éste rato con usted.- hizo una corta reverencia y se fue. Tobías se sentó junto a mí.
-¿Sabes ya que te vas a poner? La fiesta es ésta noche.
-¿Ésta noche?
-Si, creí haberlo mencionado.- me miró preocupado.
-Entonces es mejor que me vaya preparando.- me levanté, salí por la puerta, no sin antes escuchar como decía detrás de mí.
-A las nueve tienes que estar preparada.- fui al baño y me dí un baño sin mojar el pelo. Al principio me dolían las quemaduras. Solté un leve gemido de dolor, aunque se volvió soportable. Enjaboné mi cuerpo con cuidado.
-Parece que lo provoques.- apareció Tobías apoyado en el marco de la puerta.
-Y tú parece que no lo evites.- contraataqué.- ¿Por qué apareces, así, justamente cuando me estoy duchando?
-Me gusta verte desnuda. Aunque, claro, me gustaría que lo estuviéramos los dos.- se encogió de hombros y yo levanté una ceja.
-Lárgate.- ordené.
-¿Te molesto?
-No es muy cómodo que digamos.
-Hay chicas que les gustaría estar en ésta situación.
-No soy una de ellas. Ahora largo, invades mi intimidad.
-Deberías vengarte
-No siento ningún tipo de emoción por invadir lo mismo que tú y menos si es la tuya.- soltó una carcajada.- Vete.
-¿Y si no quiero? ¿Que harás?- desafió.
-Se lo contaré a mi hermano.
-Ya ves tú. Me tiemblan las piernas.- dibujó una falsa mueca de terror en su rostro.
-Tú lo conoces mejor que yo. Tendrías que saber lo que es capaz de hacer cuando se meterse con su familia.- ésta vez si que pareció horrorizarse. Un atisbo de miedo apareció en sus ojos.
-Por su culpa, por defender a su hermana, casi descubren nuestro pequeño secreto. Si, sé muy bien de lo que es capaz por alguien a quien ama.
-¿Te irás?- me miró con malicia y sin responderme, cerró la puerta cuando salió. Sonreí. Me desenjaboné y salí de la ducha. Me solté el pelo que había recogido para no mojarlo y me senté en la butaca. Cerré los ojos y recordé mis pocos días junto a Nataniel: su declaración, nuestro primer beso, mi embarazo, su enfado y la reconciliación. Una lágrima se me escapó, corrió por mi mejilla y oí como cayó al suelo. Abrí los ojos, sacudí la cabeza para que aquellos recuerdos no me deprimieran o sufriera con ellos y me levanté, para salir y llegar a mi habitación. Elegí un vestido bastante formal para la ocasión pero que remarcaba mi estilo:

Me recogí el pelo cogiendo los mechones que me molestaban en la cara y cogiendolos detrás de la cabeza. Después, bajé. Tobías llevaba el típico esmoquin, sólo que un poco anticuado.
-Creo que serás la chica que más moderna vista. Todos van de época.-objetó.
-¿De época? ¿A que te refieres?
-Allí todos, hombres y mujeres, van vestidos de época, más exacto, de la Edad Media, donde impusieron un rey y a la que pertenecemos la mayoría de nosotros.- explicó.
-¿Eres de la Edad Media?- me sorprendí.
-Media-Moderna, por ahí.- dijo sin darle importancia.- Tampoco Nataniel es que sea mucho más joven.
-Nataniel debería de estar muerto desde hace casi un siglo, pero afortunadamente no lo está.- contradije incómoda. Me incomodaba tener que hablar de él con Tobías.- De todas formas, los dos podríais ser mis padres.
-En eso tienes razón.- rió.
-O mis abuelos.- añadí
-También.- pero no pudo contenerse mucho antes de soltar otra carcajada. Cuando se tranquilizó un poco, consiguió hablar.- Asistirá un sabio, tiene como cinco siglos más que yo y se conserva como un abuelo de sesenta o setenta años.
-Ese, directamente, podrían ser mi tataratataratataratataratataratataratatarabuelo, ¿no?- respondí sarcástica. Se volvió a reír, pero no le duró tanto.
-Lo digo porque podría ayudarte algo con el embarazo o por lo menos, darte algún tipo de consejo o información.
-Sería útil, vamos.
-Si, eso.- miró el reloj que llevaba en la muñeca y abrió mucho los ojos.- ¡Dios mío! ¡Ya son las nueve! Más vale que nos demos prisa si no queremos llegar tarde. Toma.- me dió una máscara:

-¿Para qué quiero yo eso?- me quejé.
-Es la tradición. Antes de ser coronada, la reina no puede mostrar su rostro al completo, sólo lo que no cubra una máscara veneciana.
-¿Y el príncipe? ¿No lleva máscara antes de ser coronado rey?
-No, el príncipe no. Pero no importa porque en éste caso no va ha haber rey a no ser de que te cases
-Pero todos sabemos que eso no va a pasar, no por ahora. Aunque sea Nataniel. Con él me casaré cuando yo crea conveniente, no cuando alguien diga "oye pues vosotros os casáis ya y punto"- imité con una voz aguda.- Y no pienses que porque necesiten un rey, tú lo vas a ser. Ya has tenido bastante con todo éste tiempo que no hemos estado ni mi padre ni yo.Ahora, vámonos.- me puse la máscara y salí de la casa. Tobías me siguió y cerró la puerta detrás de él. Sebastián nos abrió la puerta trasera para entrar en la limusina. Entré yo primero, seguida de mi acompañante. Estuvimos bromeando sobre como irían algunos invitados, poniendo su dedo índice sobre su labio superior. Yo me limitaba a reír. Seguía haciendo el bobo y a mí llegaron  saltarseme las lágrimas. Era muy gracioso verlo, intentando hacerme primero sonreír y después, reír. Lo estaba consiguiendo. La limusina paró delante de una gran mansión de estilo románico. A las puertas de esta había plantado un niño de unos seis o siete años, mirando el horizonte:
Su mirada penetraba hasta el más duro corazón. Un escalofrío recorrió mi espalda, cuando al bajar de la limusina, lo divisé. Nos acercamos hasta la puerta. Sin articular palabra, la abrió, haciendo una leve reverencia. Todos los invitados ya estaban presentes.

jueves, 4 de abril de 2013

Angelitos De La Guarda Con Quemaduras De Tercer Grado Y Un Partido Con Muchas Sorpresas

Todos salieron corriendo. Algunos gritaban y otros huían. Fuego. Ya se veía. Estaba dispuesta a salir corriendo. Aminore, Melanie y Samuel ya lo habían echo. Aminore tuvo un par de tropezones, pero Carlos la agarró con fuerza y la segunda vez la cogió por la cintura para evitar una tercera caída. Ninguno de los dos se percató de quien era el otro.
De repente, entre todo aquel jaleo, oí un grito, un grito que me hizo olvidar todo lo demás, que hizo que todos enmudecieran. Los adolescentes pasaban por mi lado en dirección a la puerta. El grito era demasiado infantil como para pertenecer a uno de mis compañeros. Era una niña. ¿Qué hacía una niña en el instituto? Ví al director desesperado, buscando algo. A su hija. Corrí hacía el lado opuesto al que tenía que ir. Seguía oyendo ese grito de desesperación. Subí al segundo piso, de donde provenían la llamas, y llegué a una de las aulas más grandes, la biblioteca. El suelo era de madera por lo que se quemaba cada vez con mayor rapidez. Las estanterías empezaban a flaquear. Entonces la conseguí ver. Una niña de unos ocho años, atrapada entre un círculo de llamas. Pero yo no podía casi entrar, aunque no me lo impidió. Pasé entre el fuego, sentí como éste me quemaba la piel y se desintegraba. Sabía que no llegaría a matarme, pero si a dañarme mucho. Noté como crujía el suelo bajo mis pies, en cualquier momento cedería. Llegué hasta la niña y alargué mi mano para que pudiera cogerla. Ella lo intentaba pero todavía estabamos muy lejos. Me sería imposible alcanzar su mano si no ponía algo más de mi parte. En ese momento me dió igual quemarme, morir o poner en peligro mi vida y la de mi hijo, en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuese en esa niña que me miraba suplicando que la salvara. No sentí dolor más profundo en mi vida cuando alcance las llamas que la rodeaban. La tomé en brazos y salí de la biblioteca justo a tiempo para que no cayeramos a la primera planta. Por desgracia el pasillo también estaba incendiado. La niña empezó a toser por el humo. La estreché más contra mi pecho y ella se abrazó a mí. Con dificultad y jadeante, cogí aire y bajé lo más rápido que pude las escaleras, que no fue mucho. Al fin conseguí salir del edificio. Estaban todos los alumnos, los profesores y los bomberos. Escalón a escalón, toqué el asfalto del aparcamiento. Todos me miraban. Aminore se acurrucaba en el pecho de Carlos y los dos miraban hacía la puerta principal. No divisé a Samuel ni a Tobías ni a Melanie. Entregué a la niña al servicio de bomberos y urgencias para que la revisaran. Me ofrecieron una revisión, viendo la gravedad de mis quemaduras, oferta que rechacé a pesar de la insistencia del joven bombero. Me acerqué a la camilla donde tenían la pequeña. Me acuclillé para quedarme a la altura de su cara. Ella me miró y sonrió agradecida.
-¿Eres mi ángel de la guarda? Mi mamá dice que todos tenemos uno.- preguntó con inocencia.
-Si tú lo crees.- sonreí.- ¿Por qué lo dices?
-Es que no entiendo como es que te estabas quemando mientras que tu cuerpo estaba muy frío.
-Yo tampoco. -sacudí la cabeza.- ¿Cómo te puedo llamar?- le pregunté con dulzura.
-Soy Ariadna. No me gusta eso de Ari y acortar el nombre.- su voz sonaba cada vez mejor, recuperándose.
-Cuando tenga una hija, la llamaré como tú.
-¿Enserio?- se entusiasmó todavía débil.
-Claro que si.- puse una mano el su pelo y lo acaricié. Sus ojos negros volvían a cobrar un brillo
-¿Has visto a mi papá? Se llama Christopher Golden.- se preocupó. Miré por encima de mi hombro. Si, lo veía. Y se dirigía corriendo hacía nosotras. Me levanté y me aparté de la camilla. Cuando el señor Golden llegó junto a ella, se arrodilló y lloró de alegría. Cogió la manita de su hija y la besó una y otra vez.
-Papá, me ha salvado mi ángel de la guarda.- dijo entusiasmada. El profesor de lengua me miró y sonrió.
-¿Has sido tú, Sarah?
-Mis quemaduras no reflejan lo contrario, señor.
-¿No va ha dejar que las examine un profesional?- se interesó sin entender. Me miré los brazos. Eran unas quemaduras bastante importantes, pero no les dí demasiadas vueltas al asunto.
-Me las apañaré sin la ayuda de un médico. Ahora preocupese de que su hija va a recuperarse sin ningún incidente.
-Gracias, gracias por todo. No sé que habría hecho sin mi preciosa Ariadna.- agradeció. No contesté. Sólo correspondí a su sonrisa y me marché. Busqué con la mirada la limusina. Cuando la encontré, entré en ella. Tobías ya estaba dentro. Se abalanzó sobre mí, abrazándome.
-¿Dónde estabas?- preguntó preocupado.
-Buscándote.- mentí.
-Y yo a ti. Empezaba a pensar que te habías quedado dentro. He entrado al instituto y oí que se caía el suelo de la biblioteca. Creía que te habías caído. Te buscaba y no te encontraba. He tenido mucho miedo. Miedo a perderte.- confesó. Volví a abrazarlo.- ¿Y esas quemaduras?
-Vámonos a casa, Tobías. Luego te explico.- pospuse. No contradijo. No hablamos en todo el trayecto. Él pasó un brazo por mis hombros y me apretó a su costado. Llegamos a la casa, ésta vez si que esperé a que Sebastián abriera la puerta trasera. Salí sin que Tobías me soltara y caminé a su lado. Parecíamos una pareja de enamorados, con su brazo pasado por mi cintura y yo apoyando mi cabeza en su pecho. Al entrar nos recibió Diaspro y en cuanto me vio soltó un grito ahogado, soltando la bandeja que llevaba en las manos.
-Princesa…- llegó a balbucear.
-El instituto se ha prendido. Me ha pillado dentro y me ha costado salir, eso es todo.- expliqué. Así se lo contaba a todos de una vez y no tener que estar repitiendo.- ¿Por casualidad no tendrá una pomada de baba de caracol y aloe vera?
-Si, ahora mismo se la traigo.
-Llévala a mi habitación, si es posible. Estaré allí descansando. Hoy ha sido un día raro.
-Claro, princesa.- hizo una pequeña reverencia y salió disparada hacía la cocina.
-Tienes enamorado a todo el personal de servicio.- dijo Tobías, colocándose delante de mí.
-¿Te incluyes o te excluyes?- crucé los brazos sobre el pecho.
-Me incluyo. Con la simple diferencia que yo no formo parte del personal de servicio.- sonrió.
-Me voy a mi habitación. Necesito despejar mi cabeza.
-Te acompaño.- fuimos a mi habitación, me despedí de él dándole un beso en la mejilla y cerré la puerta. Al cabo de unos minutos, llegó Diaspro con la pomada que le había pedido. Le agradecí todo lo que hacía por mí y volví a estar yo sola. Me senté enmedio de la cama con las piernas cruzadas. No duré mucho sin hacer nada, así que busqué la cajita que mi madre me dió cuando tenía unos diez años y Tobías había recuperado.

No la había abierto desde que me la dió, pero ese día sentí curiosidad por volver a ver su contenido. La abrí con delicadeza. Todo lo que había eran objetos personales de mi padre y de mi madre: un reloj suizo, unas miniaturas de algún monumento de algún país del mundo y dibujos. Alguna que otra foto de cuando era pequeña, mi madre dando su primer recital de ballet o su primera clase, a mi padre junto a un buen amigo, etcétera. Las miré una a una muy detenidamente. Sonreí al ver una foto en que salía con toda la nariz manchada de nata con dos años y se me escapó una lágrima al ver otra que reflejaba una familia feliz, al venirme todos esos recuerdos de golpe a mi cabeza. Debajo de todos aquellos recuerdos olvidados, encontré una foto que hizo que el corazón se me parara. Era en un parque. Mostraba en el centro en primer plano un niño y una niña. Mostraban una sonrisa enseñando los dientes, provocando que los ojos se achinaran. Yo era esa niña, pero ¿el niño? Parecía de mi edad en la foto, tres años, pero no era Nataniel, ni nadie que conociera. Ese niño se parecía horrores a mí, algo así como un hermano. Hayden. Si, se parecía a Hayden. El chico que se había burlado y después me quería pegar, pero que no sabía que era la que le había roto la muñeca a James. Creí que era impresión mía, así que bajé a preguntarle su opinión a Tobías. Mientras, mirándo la dichosa foto, yo bajaba, tocaron el timbre y fue el chico a abrir. Cuando por fin llegué abajo, no reparé en el invitado y fui directa a lo que me interesaba.
-Tobías, ¿te suena la cara de éste chico?- pregunté ignorante, señalándole a quien me refería.
-Podrías haberla dejado para los que participan en la apuesta.- dijo el individuo. Levanté la mirada de la fotografía para toparme con Carlos.
-Él y yo no tenemos nada.
-¿A no? Entonces como explicas que acabo de verte bajar por las escaleras.
-Vivo aquí.- respondí como algo obvio que era.
-¿Con Tobías?
-Si
-¿Y no te la has tirado?- se dirigió a Tobías.
-No se deja. Además sólo lleva dos días no llega viviendo aquí. ¿Qué hago? ¿En cuanto llegue, directos a la cama? Tú sabes que no soy así.
-La chica de intercambio que vino hace un par de años de Holanda, creo, me la tiré enseguida. A los dos o tres días.
-Si que intimidasteis pronto.- me mordí el labio inferior y miré hacía otro lugar al notar como Tobías volvía a cogerme por la cintura.
-Es Stanford, Hayden, el de ésta mañana. Tenía razón cuando decía que las mechas que tiene no son tintes.- me devolvió la foto.
-¿Él viene?- me interesé.
-Si, dentro de una media hora.- contestó Carlos.
-Cuando llegue, ¿podrías avisarme, Tobías?- miré al chico al que le hablaba.
-Enseguida. ¿Ya te has puesto la pomada que te dió Diaspro?
-No, ahora mismo me la pongo.- asintió, me dió un beso en la frente y me dejó ir. Pensé en lavarme el pelo, sólo el pelo, ya que lo tenía lleno de ceniza. El resto del cuerpo lo tenía tan lleno de quemaduras que me dolería al contacto con el agua. Después de lavarlo, lo enrollé en una toalla. Al poco lo solté y eché la mitad a un lado y la otra mitad al otro. Quedé contemplando mi cabello, en especial un mechón que caía por mi lado izquierdo. No era negro, si no, rubio. Nunca antes había reparado en él y eso que casi siempre llevaba el pelo suelto. Alguien tocó a la puerta y una cabeza asomó.
-Sarah, acaba de llegar Hayden.- informó Tobías.
-Gracias por avisar. Ahora bajo. En cuanto me ponga la pomada.
-Estaremos en el comedor.
-Vale.- agradecí. Tobías se marchó. Volví a quedar mirándo el mechón rubio escondido detrás del cuello. Fui a mi habitación y le aplique pomada a mis quemaduras. Mejor cambiarme de vestido también. Me puse este otro:


Seguidamente, bajé. Allí, en el salón-comedor, con la televisión enchufada, estaban Carlos, Hayden y, como no, Tobías. También estaba James. Venían a ver el partido. Entré en la estancia sin que ninguno se percatara de mi presencia. Me aclaré un poco la garganta y hablé:
-¿Quieren algo de tomar los señores?- puse las manos en mis caderas. Los cuatro me miraron. Tobías sonrió, Carlos puso los ojos en blanco y James y Hayden pusieron unas expresiones muy cómicas de sorpresa y terror que casi me hicieron reír, aunque supe guardar la compostura y mi semblante no mostró ni tan siquiera una leve sonrisa. El lobo con el cual vivía se levantó y me cedió un asiento entre él y Hayden. Preferí quedarme de pie, ya que no tardaría mucho en irme. El partido no tardaría en empezar.- ¿Queréis algo de beber?- repetí.
-Tomaremos cerveza.- contestó secamente Hayden.
-Sarah, siéntate, que para eso ya está Diaspro.- dijo Tobías.
-Me hace ilusión.- contesté sin ningún entusiasmo mientras me daba la vuelta y me iba hacía la cocina. No había nadie allí. De la nevera saqué 4 botes de la bebida alcohólica y los dejé sobre la mesa de espaldas, sin mirar. Al darme la vuelta estaba James delante de mí, a pocos centímetros. Mi espalda chocó contra la puerta de la nevera.
-No sé porque, pero no me sorprende en absoluto lo que acabas de hacer. Adivino a que te encanta hacerlo.
-Lo extraño es que sólo me pasa contigo. ¿Sabes que es lo más extraño?
-¿Que esté viviendo con Tobías en vez de contigo?
-Muy bien. Aprendes pronto. ¿Aprendes así de rápido para todo?- sedujo remarcando el "todo".
-Ya sé que todo esto es una apuesta, James
-¿Y? ¿Tiene que ser ese el motivo por el que quiera besarte? En parte si, no te lo niego.- cada vez se acercaba más, había menos distancia entre nosotros. Algo tenía que hacer, porque no iba a besarlo. No se me ocurrió nada mejor así que le puse él dedo índice en los labios y susurré:
-Lo siento, pero mis labios pertenecen a otra persona, que está claro que no eres tú.- dije duramente, deshaciendome del brazo que rodeaba mi cintura y cogí todas las latas como pude. Sin esperar a que le pidiera ayuda, James cogió dos de las latas. Su expresión era seria, como si estuviera pensando o reflexionando en lo que acababa de decirle. Volvimos al salón, donde ya había empezado el partido. Dejé las bebidas encima de la mesa para que cada uno cogiera la que quisiera, aunque todas eran iguales. Subí a mi habitación y agarré la foto donde salía Hayden. La miré bien. Si, sólo podía ser él. Nadie más podía tener esos mechones de pelo rubio natural sobre pelo negro azabache y esos ojos azules que compartíamos. Alguien tocó a la puerta. Sin levantar la vista de la foto, pregunté quien era. Por respuesta obtuve que se abriera la puerta y unos ojos azules y pelo oscuro mechones rubios asomaran.
-Tobías me dijo que querías hablar conmigo.- abrió la puerta lo suficiente como para que pudiera apoyarse en el marco de esta por el dorso. Levanté la mirada de la foto. Creo que la arrugué un poco por lo nerviosa que estaba.
-Sigue viendo el partido, ya hablaremos después.
-El partido no me interesa- se encogió de hombros.- Si que podemos hablar ahora.
-En ese caso, cierra la puerta y siéntate.- obedeció y se sentó enfrente de mí, con las piernas cruzadas sobre la cama.
-¿Quieres disculparte por lo de ésta mañana?- levantó una ceja.
-Realmente no.- cogí aire.- Eres lobo, ¿cierto?- Hayden abrió mucho los ojos.
-¿Quién te lo ha dicho?
-Toma, mira.- le entregué la fotografía. Le miré la expresión, tenía la boca abierta y los ojos muy abiertos. Miraba la foto sin entender nada.- Hayden, creo que somos hermanos.- se quedó mirándome como si no lo creyera. Cada vez le costaba más respirar.- Hayden, yo también soy un lobo. No sé que pasó con nosotros dos, nos separaron yo que sé, algo.- me empecé a desesperar.
-¿Y que hay de esto?- se señaló los mechones rubios. Descubrí mi cabello dejando ver mi mecha rubia.
-¡Yo también tengo una!- a eso no supo contraatacar.
-Entonces es cierto lo que predijo el oráculo.
-¿Crees en eso?
-Tú también deberías creer si eres lobo.
-No tengo porque.- no replicó. Nos quedamos en silencio. Mirándonos. No me incomodaba el silencio, nunca lo había hecho, ni aunque se respirara tensión.
-El oráculo predecía a alguien. Un nuevo líder. Y teniendo en cuenta que soy el pequeño, tú retomas el mando.- explicó.
-¿Cómo sabes que eres el pequeño?- pregunté confundida.
-Mis padres ya me dijeron que era adoptado.- su voz se rompió. Una lágrima asomó por el borde de su ojo.- Viví una mentira. Llamé papá y mamá a quienes no se merecían ni que les dirigiera una palabra. Tuve hermanos que defendí a pesar de las burlas y de las risas. Amé a mi familia por encima de todo, pero resulta que ellos no son mi familia.- explotó. Los ojos me empezaron a picar como si me pusiera a llorar en ese mismo momento.- Y sin saber que eras tú a quien realmente debería de amar. ¿Dónde están mis padres biológicos?
-Hayden- le cogí una mano.- Papá murió hace ocho años y mamá- no me veía capaz de decírselo, de decirle la realidad: éramos huérfanos. Surbí con la nariz.- Mamá murió hace una semana.- me mordí el labio inferior negándome que aquella maldita lágrima saliera.
-¿Qué?- su voz se volvió casi inaudible. No reprimió sus ganas de llorar.- Yo feliz y contento por ahí haciendo lo que me venía en gana y tú sufriendo el día a día sin un padre y una madre. ¿Qué te hacía seguir?- lo abracé y correspondió automáticamente a el.
-Sonreír. Imaginar que todo es una pesadilla de la que pronto despertarás. Nunca pensar que es la realidad.- susurré en su oído.- Y…- no estaba segura de contarle lo del embarazo, así que sólo conté otra parte.- La esperanza de volver a encontrar el amor, o por lo menos, a aquel con el cual lo dejé.- cerré los ojos, mientras que mi voz desaparecía, abandome y estallar en un llanto al recordar a mi padre, pero por él ya había llorado mucho. Todavía no había llorado por mi madre. Me estrechó más contra su pecho al sentir las lágrimas correr por su espalda, ya que yo no era de montar escándalosos sollozos, yo lloraba en silencio. Dejaba que las lágrimas salieran solas, mientras que mi hermano acariciaba mi pelo. Quedamos abrazados en silencio. Al separarnos, nos miramos a los ojos y me limpió las lágrimas con el pulgar. Me dedicó una triste sonrisa y le respondí con otra.
-Siento lo de ésta mañana, Hayden.- me disculpe.
-No fue culpa tuya. Yo me puse borde y tú respondiste.
-No voy a discutir eso.- corté. Realmente no quería discutir nada con él.
-¿Te gusta el fútbol?- preguntó curioso, seguramente para bajar y evitar sospechas.
-La verdad es que no mucho, pero papá me enseñó a entenderlo y apreciarlo. Pero para mí es un deporte más, prefiero el baloncesto o la natación.
-¿Natación? ¿En serio?- exclamó con los ojos muy abiertos.- Creí que a los lobos se nos daba mal el nadar.
-Pero no a los vampiros.- Hayden me miraba sin entender.- Mamá era vampiro y papá, hombre lobo. El lobo interviene en el vampiro y el vampiro en el lobo, creando así un ser perfecto.- aclaré.
-¿Soy vampiro a la vez que lobo? ¿Una especie de lobo-vampiro o algo así?
-Algo así.- puntue. Se volvió a hacer un silencio, que confieso que era algo incómodo.
-¿Quieres que bajemos ya o estar un rato sola?- rompió ese incómodo silencio.
-Bajo con vosotros.- nos levantamos de la cama y salimos de mi habitación. Mi hermano empezó a bromear sobre auténticas estupideces y no pude evitar reirme. Él parecía feliz, ya que sonreía y le brillaban los ojos como a un niño pequeño. En el comedor todos estaban en silencio, quitando algunos comentarios, reproches o maldiciones que murmuraban por lo bajo. Ni nos miramos cuando entramos y nos sentamos cada uno en una punta del sofá. El partido iba por la mitad de la primera parte todavia. Me senté junto a Tobías y creía que no se había percatado de mi presencia hasta que pasó un brazo por mis hombros. Lo ignoré. Se acercó a mi oído y me susurró.
-Éste fin de semana hay un evento importante al que debes asistir. Van a preparar tu coronación. Asistirán montones de personajes importantes de nuestra misma especie y de otras. Todos quieren conocer a la nueva reina.- un escalofrío recorrió mi espalda cuando pronunció la última palabra. Nunca en mi vida, ni aún siendo pequeña, había soñado con ser una princesa y menos una reina. Sabía que era muchas obligaciones a las cuales no me veía a la altura. Como la de dar órdenes o llevar el gobierno. Y ahora… me vida había dado un giro de 360°. Una de las pocas chicas de éste mundo que no se veía a si misma como un personaje real que pasara a alguna historia, lo sería muy pronto. Algo inaudito. Procesé con mucha lentitud esa información que acababa de recibir y me llevé un gran susto cuando los chicos gritaron y se levantaron de sus asientos para celebrar el primer gol del partido.

Nadie dijo que el primer día fuera fácil


La primera clase que tocaba era la de tutoría. Nos presentaban a los nuevos de la clase, es decir yo, los profesores, se entregaban los horarios y se seguía con las clases normales. Era empezar de nuevo el curso. No tendría que estudiar mucho. Entré en el aula, hubiera sido como una más peto el espectáculo que había montado antes de que empezaran las clases, había echo que la inmensa mayoría me mirara entre agradecimiento, los que eran acosados aunque ninguno se acercó a presentarse, no les culpaba, y mal. Os podéis suponer los que me miraban mal, los que acosaban. Les había jodido la fiesta y realmente ni me importaba. Me senté en un lugar apartado, pero que pudiera ver todo lo que ocurría en el aula, sin llamar demasiado la atención del resto de mis compañeros, en resumen, el primer lugar que pillé, para que engañarse, ya iba por inercia a mantenerme apartada. Fue entrando el alumnado. El chico al que había defendido se puso a mi lado, algo tímido. Fue el único que se presentó.
-Hola, em- se aclaró la garganta y se estiró el cuello de la camisa. Estaba nervioso.- Gra-gracias. Nu-nunca nadie se- se ha molestado en eso ya sabes.- la palabras se le atropellaban en la boca, por eso tartamudeaba. Hablé con tono tranquilo, intentando trasmitirle esa tranquilidad.
-Hice lo que tenía que hacer, ni más ni menos. Te confieso que es la primera vez que lo hago.
-¿Por qué lo has hecho?- habló más sosegado.
-Porque a mí también me hubiera gustado que una voz se alzara sobre las demás cuando me estaban pegando una paliza. Nunca estuvo esa voz. Una vez que me defendieron, el chico acabó en urgencias e ingresado tres semanas.- ¡pobre Nataniel! Me dolía recordar el momento ese. Nataniel no hacía más que escupir sangre y por mucho que imploraba a sus agresores, no conseguí nada. Todo por simple diversión. Si querían pegarse, que se dieran entre ellos, no a mí, una débil e inofensiva Sarah. Nataniel acabó con varias costillas rotas y el orgullo por los suelos, al igual que la dignidad. Sacudí la cabeza para aullentar esos dolorosos recuerdos. Presentación, presentación no había sido, no me había dicho su nombre, pero había agradecido mi atrevimiento. Algo es algo. No volvió a decir nada. El chico que me miraba al entrar, seguía mirándome desde el final de la clase, notaba su mirada clavada en mi espalda. Cuando estuvimos todos sentados, entró el profesor que iba a ser nuestro tutor, saludó y pasó lista. Cada uno que nombraba tenía que levantar el brazo para los demás supiéramos quiénes éramos. Averigüe que el chico que tanto me miraba se llamaba Carlos y el chico al que defendí, Tomás. El tutor, el profesor de lengua, el señor Golden. La clase transcurrió monótona y sin problema, todo lo que explicaban me lo sabía de sobra, por lo que no presté una máxima atención. El profesor se dió cuenta y mientras explicaba se iba acercando a mi pupitre.
-Señorita Sarah, por lo que veo no le interesa a usted todo esto, ¿no es así?- se interrumpió cuando llegó a él.
-Perdón señor, es que yo ya me sé todo esto. En mi anterior instituto ya dimos este tema. Y los de toda la evaluación.- le dije convencida.
-Me parece un poco extraño que ya haya dado lo que yo estoy explicando.
-No se crea que a mí no. Me ocurre lo mismo. Es extraño que en dos lugares distintos le expliquen igual, lo mismo.
-¿Ya se ha examinado de éste tema?
-Si.
-Entonces, ¿no le importará que le ponga un examen ahora mismo.
-Para nada, si usted lo tiene preparado por mí no hay problema. ¿Alguna nota mínima que tenga que sacar?
-Un ocho y medio.
-Echo.- se escuchó como los de el fondo murmuraban. Tomás se ofreció a decirme la respuesta a alguna pregunta, ofrecimiento que rechacé. El señor Golden, por lo visto, preparaba los exámenes de primera evaluación de todos los cursos en verano. Me envió al fondo de la clase, junto a Carlos. Para que no molestaran, les encargó leerse unas páginas y unas actividades. La estancia se quedó en un completo silencio. Golden me entregó mi examen para que lo fuera rellenando. Me leí primero todas las preguntas y fui contestando. Notaba como Carlos me miraba de reojo. Antes de media hora, el examen estaba acabado y sobre la mesa del profesor. Ví como cada vez sus ojos se abrían más mientras lo corregía. Antes de que acabara la clase, me llamó a su mesa. Obediente, me levanté y fui a donde me había mandado. No me dijo nada, sólo me dió el examen corregido. Lo tenía todo bien, todas las respuestas bien redactadas.
-Éste trimestre sacará muy buenas notas si sigue así. Lamento decirle que tendrá que hacer los exámenes con los demás alumnos.- se disculpó.
-Entiendo que son las normas, señor Golden. No puede usted poner un examen a mis compañeros y a mí no, es comprensible. No tengo ningún tipo de problema en hacer esos exámenes en la fecha que usted marque.- dije.
-Me sorprende su actitud, Sarah.- no era bueno que me llamara por el nombre, eso implicaba exceso de confianza.- Ojalá todos tuvieran la misma iniciativa.
-Si todos tuvieran la misma iniciativa, señor, todos seríamos iguales, pero creo que eso ya lo sabrá usted. Si eso pasara, ahora mismo se estaría quejando porque no hay a quien reprochar su falta de interés, trabajo y atención en clase.
-Estoy totalmente de acuerdo con usted.- dijo. En ese instante, sonó de nuevo la alarma de final de las primeras clases. Salieron todos, me quedé la última, pero no me importó. Todos fueron a almorzar a la cafetería, todos menos yo. Empecé a sentir náuseas. Los embarazos de los lobos duran menos, son más rápidos. Las lobas comunes tenían 60 días de gestación, pero a las lobas como yo, eran menos tiempo, unos seis meses. Rezaba para que no se me hiciera mucha barriga. En vez de ir a la cafetería, fui a la enfermería. No fui directa, no sabía donde estaba, pero pregunté al señor Golden antes de salir de clase. Los pasillos estaban desiertos. Seguí las indicaciones del profesor y llegué delante de una puerta donde decía bien claro lo que era lo que había detrás de ella. Toqué la puerta dos veces y no entré hasta que me dieron permiso. Sólo había una enfermera joven y un chico sentado en la camilla, de espaldas a mí.
-Ven- me dijo la enfermera. Me dirigí hacía ella.- ¿Qué te ocurre?- estaba vendando la muñeca de al que se le había.
-Siento náuseas, ganas de vomitar.- expliqué
-Entiendo. Y contigo, James, ya he acabado, que te has librado de las primeras clases porque te dolía demasiado.- James se bajó de la camilla y pasó tan cerca de mí que pude notar su respiración en mi hombro
-Después quiero hablar contigo.- me susurró al oído. Procure que no se notara mi sorpresa, lo disimule bastante bien.
-Cuando y donde.- dije con voz firme.
-En cuanto salgas de aquí te estaré esperando fuera.- siguió susurrando a pesar que yo lo había dicho lo suficientemente alto como para que nos oyera la enfermera, que estaba muy ensimismada preparando la camilla, no nos prestó atención. Cuando miré a mi lado, James ya no estaba. Me senté en la camilla, ya preparada.
-¿Náuseas ha dicho? ¿Desde cuando?
-Desde… no sé. Me van y me vienen.
-Puede que mi pregunta le resulte un poco extraña o impertinente, ¿pero estás embarazada?
-¿Como lo ha sabido?- no traté ni de disimular mi sorpresa, mezclada con terror.
-¿Eso es un si?
-Si.- me desesperé. Se hizo silencio.- Por favor no lo comentes con nadie. No quiero que nadie se entere.
-Por mí no se enterará nadie.- prometió.
-¿Como sabías eso?- volví a preguntar.
-Me lo dijo mi hermano, Samuel. Creí que era mentira, quería comprobarlo. Veo que no se equivocaba.
-Ah, tú eres la hermana de Samuel. Dijo que estabas repitiendo último curso.
-Eso es lo que le dije, pero en realidad estoy aquí ejerciendo de esto, lo que me gusta. En cuanto a lo que te pasa, me gustaría que te hicieras la prueba.- me tendió un aparato de esos para el test de embarazo. Lo cogí.
-Vale, pero no sé como se utiliza esto.- confesé. Me lo explicó, pero no sabría deciroslo exactamente. Sólo sé que estaba azul y que si se ponía rosa, es que si estaba embarazada. Y se puso rosa.
-No te puedo dar nada contra las náuseas, a no ser de…
-No quiero abortar.
-Todavía estás a tiempo. Tres meses es bastante, pero puedes.- dijo. "¿Tres meses? Si que va rápido. A este paso lo tengo la semana que viene." pensé.
-No voy a abortar. Y te pido por favor que no le digas a nadie.
-Qué si. No te preocupes tanto.- repitió su juramento.- Ah, y por cierto, muy valiente tu comportamiento de ésta mañana. Nadie se ha atrevido nunca, yo tampoco.- alagó. Yo sólo alcancé a sonreirle antes de salir por la puerta y cerrarla por detrás de mí. Cuando volví la cabeza tenía a James a muy pocos centímetros de mí. Me dió un susto que dejé que viera.
-¿Te has sentido mejor cuando me has dejado en evidencia delante de todo el instituto?- susurró.
-Me hubiera gustado que no fueras tú al que le rompiera la muñeca.
-Entonces, ¿a quien? ¿A Tobías? ¿A Carlos?- me tenía presa entre la pared y su cuerpo.
-No es de aquí.- mi voz ya volvía a su tono de indiferencia. No sé si os lo imagináis, pero os lo digo de todas formas. Me hubiera gustado dejado sin muñeca a Jeremías. Es cierto que del amor al odio hay un paso.
-Creo que te perdonaré. No vale la pena estar en guerra con una chica tan buena. ¿Sabes que se hacen con chicas como tú? Uno se tiene que acostar con ellas, no pelearse.- dijo con tono seductor. Levanté un ceja.
-No me hagas romperte la otra muñeca.- dije muy tranquila. Me deslicé por la pared y me libré de él. Fui a mi taquilla, la 436, y cambié mis libros por los que tocaba a la siguiente hora. Cerré la taquilla y había alguien ahí, mirándome, con el torso del brazo derecho apoyado en la taquilla contigua a la mía.
-Dijeron que volvía Tobías, lo que no dijeron era que viniera tan bien acompañado.- dijo Carlos como coqueteando.
-Todos sois igual de superficiales.- eché a andar. Él me seguía.
-¿Y que te hace pensar eso?- interrogó.
-He estado en más institutos que tú y puedo asegurarte que es lo mismo en todos.
-¿Por eso defendiste a ese pringado ésta mañana?- se puso delante de mí, cortando el paso. Lo bordeé y seguí andando. Lo dejé atrás, pero decidí girarme y mirarlo a la cara, a pesar de que estaba a unos diez metros.
-No, lo hice porque me hubiera gustado que alguien interviniera cuando me pegaban a mí. Me tiraban los libros, escupian sobre ellos y me los destrozaban, pero ¿sabes que? Por muy buena que estuviera nadie ni nada les paraba los pies y alguna vez no sólo le tocaban a los libros. Esas veces estuve a punto de suicidarme, pero esa no es la mejor solución. Pero claro, tú eres el que pega y el que no tiene una cosa llamada empatía ¿sabes acaso lo que es? Supongo que no, pero tampoco me voy a parar a explicarlo a un animal.- dí media vuelta y seguí mi marcha. A ella se me unió Samuel, Melanie y Aminore.
-¿Qué tal las clases?- se interesó Melanie.
-No creo que nadie se atreva a meterse conmigo éste curso.- dije como si tal cosa.
-Ni contigo, ni con nadie. Te has ganado buena fama el primer día.- respondió la misma.
-Me importa lo que piensen de mí lo mismo que el interés que sienten por mí los idiotas de Carlos y James.
-No es interés, es apuesta. Todos los años, hacen apuestas para ver quien se tira antes a una nueva y después romperles el corazón.- contó Samuel.
-El problema es que has sido la única nueva éste año.- dijo Aminore.
-Así que prepárate, porque vas a tener a todo el equipo de fútbol detrás de ti hasta que alguno de ellos consiga acostarse contigo.- añadió Melanie.
-Yo lo tengo claro, no me voy a meter en la cama con ninguno de esos.- miré a Samuel e inconscientemente llevé una mano a mi vientre. Melanie pareció darse cuenta, pero si lo hizo, lo ignoró.
-Yo también lo tengo claro. Decía antes lo de porqué venías al instituto por eso. Me gustaría saber por quien hubieran hecho la apuesta.- dijo Samuel.
-Por las vírgenes.- intervino Aminore.
-Entonces sería por mí.- añadió Melanie. Eso era una indirecta muy directa.
-No es mi culpa, ¿vale?- respondió enfadada.
-La culpa la tienes ahora que te gusta.- contraatacó.
-Ya vale, por favor.- corté.- Ella no tiene la culpa de enamorarse y ella eligió con quien perdió la virginidad.- la miré esperando una explicación.
-Carlos.- susurró bajando la vista, avergonzada. Abrí en cuanto a penas los ojos.- El año pasado. Era nueva. Pensé una tontería y me dejé llevar.
-Tenemos que hablar. Yo también tengo cosas que contaros.- propuse.
-Tu vida entera, Sarah, nos tienes que contar tu vida entera.- corrigió Melanie.
-A mí también.- añadió Samuel.
-Cuando queráis.- dije. A lo lejos del pasillo ví a Tobías encabezando a su grupo. Pasaron por delante de unas animadoras y les echarban piropos. Se acercó a nosotros.
-Sarah, ¿te vienes?- me preguntó chulo Tobías.
-No.- respondí cortante.
-Vamos, nena, ¿qué pierdes?- volvió a preguntar.
-Mi dignidad.- contesté, levantando una ceja.
-No creo que pierdas tu dignidad por venir con nosotros.-
-Si es que tienes.- respondió otro. Todos rieron, incluyendo a Tobías. Ese otro tenía el pelo negro azabache tintado de rubio por la parte delantera, ojos azules y piel blanca. Me sonaba. Creo que venía a mi misma clase.
-Me dais más razones todavía. No soy el bufón de nadie y mucho menos de una panda de imbéciles.- dije. Ellos pararon de reír.
-Haber si me ha quedado claro: ¿nos estás llamando imbéciles?- preguntó el del pelo oscuro.
-Creí que eras corto, pero no que llegaras a ese extremo.- dije indiferente.
-Escucha, te voy a…
-Tío, déjala.- interrumpió Tobías.
-Se está metiendo con nosotros.- replicó.
-Hayden, esa es la que le rompió la muñeca ésta mañana a James.- intervino un tercero. Hayden me miró confundido y después con terror. Hice una mueca imitando a una sonrisa falsa.
-Si quieres que te rompa a ti también una muñeca sólo tienes que decírmelo, que yo lo hago encantada.- parecieron ofenderse, porque empezaron a desfilar por nuestro lado. Cuando tuve a Tobías pasandome por el lado derecho, lo cogí firmemente del brazo.
-¿Vas a participar en esa apuesta?- susurré acercandome. Él me miró con picardía.
-No creo.
-¿Y dejarás que lo hagan?
-En todo caso sería yo quien se acostara contigo.
-Sabes perfectamente que no. Disfruta de las dos veces que me has visto desnuda.- bajé todavía más la voz.
-La próxima será en una cama y yo también estaré desnudo.- también bajó el tono, aunque lo que decía no era precisamente eso.
-Inténtalo.
-Me gusta los retos.- se desprendió suavemente de mi mano y se fue.
-Nos vas a tener que explicar esto.- dijo Melanie.
-¿Como puedes siquiera hablarle?- preguntó Aminore.
-Vivo con él.
-¿Que, que?
-Ya sabemos quien gana.- insinuó Melanie.
-No tiene porque- contraatacó Samuel.
-Si te dijera la cantidad de chicas que no quieren vivir con él, las podría contar con los dedos y me sobrarían.-
-Porque para las chicas que quieren vivir con él necesitaríamos como unos dos años contarlas.- dijo Aminore.
-Pues a mí no. Me gustaría estar viviendo con Nataniel.
-¿Quién es Nataniel?- preguntó sin entender Melanie.
-Ya os dije que tenía muchas cosas que contaros.- en ese preciso instante sonó la alarma de incendios.