lunes, 11 de febrero de 2013

La niña del espejo

El sueño fue un tanto extraño, ya que no entendí bien y me acordaba de él al despertar. Había soñado con un pequeño pájaro con una flecha a sus pies. El pájaro tenía una herida abierta en el pecho, pero parecía darle igual, porque seguía vivo. No era la primera vez que tenía ese sueño. Antes de morir mi padre lo tuve también. Espera, si había tenido ese sueño al morir papá, eso significaba… no, no y tres mil veces no. A lo mejor sólo eran imaginaciones mías. Le confíe el sueño a mi madre y ésta confirmó mis sospechas. Tendría que preguntarle a Tobías, pero no podía esperar dos días, tenía que enterarme ya. Opté por llamarlo. No ha sido lo más inteligente que he hecho, pero hay circunstancias que requieren de una estupidez como ésta. Cogí el móvil, busqué en la agenda su nombre y le dí a la opción de llamar. Lo coloqué junto a mi oreja y tragué saliva. Estaba en el baño, para evitar el posible responso de Nataniel. Al tercer pitido contestó. Si voz sonaba somnolienta, como recién despierto.
-¿Diga?- respondió. Decidí empezar con sarcasmo.
-No soy Diga, soy Sarah.
-Sarah.- se espabiló al instante.- ¿Qué quieres? Disfruta lo que te queda con tu novio, porque dentro de dos días hasta que cumplas la mayoría de edad te quedarás conmigo.- sonaba enfadado. Su normal estado de ánimo. Si a uno lo veía siempre con una sonrisa, al otro con un humor de perros.
-No cuelgues, por favor.- fui directamente a lo que quería desde el principio.- ¿Dónde está mi madre?- al otro de la línea se hizo silencio.
-Tú deberías saberlo. Te fuiste y la abandonaste.- me sobresaltaron sus palabras, por su tono.
-Dimelo, Tobías, por favor. Dime donde está mi madre.- imploré al borde de las lágrimas. Si esto no funcionaba, pasaría a las amenazas.- Tobías.- conseguí decir a duras penas.- Olvídate por un momento de todo lo que ha pasado entre nosotros y responde, ¿dónde está mi madre?
-Sarah, quería decirte esto cuando pudiera estar contigo.- se decidió al fin.- Tu madre- hizo una pausa.- Tu madre está muerta, Sarah.- me dió un bajón tremendo. Mis piernas flaquearon y perdí el conocimiento entre un montón de ruido que cause al agarrarme del lavabo. Lo último que alcancé a oír fue a Nataniel gritar mi nombre al unísono con el de una voz proveniente del móvil, el cual se encontraba tan inalcanzable para mí. No llegué a escuchar nada más.

Abrí los ojos. Todo a mi alrededor era negro como el carbón. Sólo podía ver un espejo en el que se reflejaba una niña de unos diez o doce años, con el pelo castaño claro largo, hasta mitad espalda, y liso como el que más, con flequillo. Caía a ambos lados de los de la cara. Iba vestida con un vestido blanco largo hasta un poco más arriba de las rodillas. Las mangas del vestido  se cogían a la muñeca con una goma un poco desgastada, haciendo que quedara un poco hueco. Iba descalza. Me fijé más en aquella niña. Me recordaba a alguien, sus fracciones eran iguales a las mías. Era yo. La niña del espejo era yo. Nunca tuve el pelo liso y mucho menos me había puesto esa ropa que parecía el pijama de un orfanato. Oí una voz grave, de nadie que conocía actualmente, pero si en mi niñez: era la voz de mi padre. Seguida de su voz, se escuchó una voz infantil reírse a carcajadas. Esa también era yo. ¿Qué significa todo esto? Me empezaba a asustar todo. Dí una vuelta entera a mi alrededor. Me caí de rodillas y me tapé la cara con las manos. Escuché otra voz diferente. Una voz que me llamaba. Miré por encima de mí, no sé si al firmamento o al techo. La voz estaba cada vez más cerca. Noté que algo frío rociaba mi cara, pero no fui capaz de reaccionar. Otra vez lo mismo, pero no podía mover ninguno de mis miembros. No me pintaba bien ese asunto. ¿Y si había perdido a mi hijo? No, no. Perder a mamá y después al hijo de Nataniel, no. Era fuerte, pero si lo había perdido me suicidaria, si algún dia despierto, eso lo primero. Grité, no sé si en mi coma o en realidad. Todo seguía negro, cuando atisbe a lo lejos una tenue luz. Me puse una mano delante de los ojos conforme crecía esa luz, más que nada para que no me cegara. Volví a gritar. ¿Qué era aquella luz? ¿La muerte o la vida? Seguí gritando y me apreté las brazos contra la barriga donde en teoría tendría que estar creando el feto y antes de que me engullera totalmente la luz blanca, cerré los ojos con todas mis fuerzas mientras gritaba por última vez.
-¡No quiero perderte!- grité refiriéndome al feto. Todo fue blanco. Todo la oscuridad que ocupaba mi mente fue sustituida por pura luz blanca. Duró sólo unos minutos. Pasados esos minutos, empecé a atisbar un rostro doble, dos piezas iguales separadas que no dejaban de moverse, provocándome un gran mareo. Al juntarse los dos rostros, ví uno sólo un tanto borroso. Los ojos eran azules. No podían ser de Nataniel, ni de Natasha y menos de Yuna, que eran negros. Pero si de Tobías. Parpadeé un par de veces antes de poder ver a Tobías con claridad. Parecía preocupado.
-Nunca creí que te vería así.- mascullé. Alargué la mano y le sequé una lágrima que acababa de caer de sus ojos. Tenía mi cabeza recostada en su regazo.
-Creí que te perdía.- consiguió decir.
-Estoy aquí.- respondí yo. Posé una mano en su mejilla y la acaricié con el pulgar, en señal de transmitir tranquilidad. No conseguía averiguar el sitio me encontraba.- ¿Dónde está Nataniel?
-Está en el comedor. Estaba empezando a hiperventilar en cuanto llegué.- explicó.
-¿Pero puedo verlo?- él rió. Era una de las pocas veces que lo veía reír, pero la primera que no fuera de alguien.
-En teoría tendría que ser él quien no pudiera verte. Claro.- respondió con una sonrisa. Intenté levantarme, pero él me lo impidió, me cogió en brazos sin ningún problema y me cogí a su cuello, apoyando la cabeza en su pecho. Salimos al pasillo, por lo que especulé que todavía seguía en el baño cuando me quedé inconsciente. Llegamos al comedor. Nataniel estaba sentado en el sofá, enterrando su cara entre las manos y los codos apoyados en las rodillas. A su lado, intentaba tranquilizarlo su hermana, acariciando su espalda.
-Nataniel.- conseguí decir con la voz quebrada. Los dos hermanos levantaron la vista. Al momento, estaba en sus brazos. Me estrechaba una y otra vez en su pecho, besándome los labios o la frente, acariciando mi pelo. Lo abracé y ma aferré, a punto de estallar en un llanto en el que al final estallé.
-Creí que te perdía.- resonaron en mi mente las palabras anteriores de Tobías.
-Estuviste entre la vida y la muerte, ¿cuál hubieras escogido?- se preguntó una segunda voz. "La vida" respondí en mi cabeza. Se sentó Nataniel de nuevo en el sofá. Me sentó en su regazo y entonces ví sus ojos verdes hinchados por el lloro. Los miré fijamente sin poder creerme que había estado a punto de perderlos. Los de Tobías eran bonitos, pero ni punto de comparacióncon los del padre de mi hijo. Esperaba que heredara los ojos de su padre.
-¡Sarah, Dios mío!- exclamó Natasha al verme.- Ya despertaste.
-¿Cuanto estuve inconsciente?
-Mucho, demasiado tiempo. Nos estabamos preocupando.- respondió la misma.
-¿Vosotros? ¿Preocupados? No me lo creo. ¿Y por qué no me trajisteis al sofá? Se está más cómodo que en el suelo de cuarto de baño.- dije con sarcasmo. Me miraron sorprendidos. Mi vista cayó sobre el chico sobre el que estaba sentada.
- No estabas en el suelo del baño, estabas acostada en la cama. ¿Estás bien?- preguntó Tobías preocupado. 
-No mucho. El pecho… lo siento como vacío.- me llevé la mano al lugar que indicaba.- Y temo que ya no tenga al feto.
-¿Feto? ¿De qué hablas?- se extrañó Tobías.
-Tobías, ¿no te ha dicho Sarah que estaba embarazada?- comunicó alegremente Yuna. El semblante del aludido cambió totalmente, pasó desde el enfado hasta la ira.
-¿Es eso cierto, Sarah?- preguntó como si fuera un ladrido. Su tono me intimidó.
-¿Tienes algún problema?- me defendió Nataniel levantándose.
-Ah, que encima es hijo tuyo.- lo dío por sentado. Soltó un bufido.
-Respito, ¿tienes algún problema?- lo dijo con chulería.
-El problema lo vas a tener tú cuando me la lleve. Y te aviso, es mañana. No intentéis escapar porque os va a ser imposible.
-No tenía intenciones. No yo, por lo menos.- murmuré mirando el suelo. Nataniel se giró a mirarme y yo, levanté la mirada encontrándose con la suya sorprendida.
-¿Es qué ya no me quieres?- sonaba decepcionado.
-No quiero ponerte en peligro, Nataniel.- no subí mi tono.
-Eres una chica lista, Sarah. No te creía menos.- elogió Tobías con una sonrisa.
-Pero no vas a poder evitar que ese niño sea mío.- recordó. Tobías se puso rojo de rabia y se marchó dando un fuerte portazo. No sin antes recordar que no volvería a ver a Nataniel hasta dentro de dos años.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu novela, siguela. Escribes genial :)

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    1. Gracias, la seguiré muy pronto. Tú novela también está genial.

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  2. WOW!. Ví tu comentario en mi novela y me entró curisidad por si tenías un blog. ME HA ENCANTADO! ES COMPLETAMENTE GENIAL!!!!!!!!!!!!!!!! Me ha encantado! ESCRIBE ESCRIBE ESCRIBE!

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